De acuerdo con Llopis y
Ricart, en su libro “Qué hacen los buenos directivos. El reto del siglo XXI”
publicado por Pearson en 2013, se establecen dos desafíos y dilemas
fundamentales de los ejecutivos en el desarrollo de su trabajo: (pág.12 y 13)
* Saber qué hacer a pesar de
toda la incertidumbre que afrontan y la cantidad de potencial información
relevante que deben asimilar.
* Llevar a cabo sus objetivos
a través de un largo y diverso grupo de personas sobre las que tiene un escaso
control y supervisión directa.
Estos dos retos ponen de
manifiesto el carácter, la constancia, la capacidad empática y política, el poder
de persuasión y el aseguramiento de resultados que debe tener todo ejecutivo de
una empresa. Pareciera que es un encargo donde siempre hay respuestas para todo
y orientación para movilizar aquello que se pretende alcanzar.
Enfrentar el exceso de
información y la incertidumbre al mismo tiempo, exige de cualquier ejecutivo
conciliar sus expectativas y planes estratégicos con el momento presente. Esto
es, revelar aquellos datos relevantes inmersos en la información disponible que
le permitan maniobrar en el corto plazo y advertir diferentes tendencias que lo
motiven a tomar riesgos calculados para cambiar el entorno donde opera.
Lograr los objetivos que se
trazan exige desarrollar una red de contactos, una red de personas claves, una
serie de interconexiones con líderes de opinión naturales, que le permitan armonizar
las voluntades necesarias, desde el proyecto y motivaciones del ejecutivo, en
el cual todos son parte fundamental para hacer que las cosas pasen.
Estos dos dilemas establecen
los rasgos requeridos para los ejecutivos actuales y futuros, definen las
características personales de aquellos que deben movilizar a las empresas para
permanecer en el tiempo y orientan las competencias de acción que son
necesarias para darle sentido al ejercicio de dirección que exige operar desde
la incertidumbre y en un mundo lleno de asimetría y realidades emergentes.
Los ejecutivos de las
empresas, nos enseñan que la vida es un proceso de quiebre permanente, una
oportunidad para mostrar lo mejor de nosotros mismos y la validación continua
de aquello que quiere lograr y transformar en su vida y en la de los demás. Como
ejecutivos tienen la responsabilidad de mostrar un horizonte, de brindar
seguridad física y psicológica a su equipo y sobre manera el respaldo para que
tomen decisiones en condiciones cambiantes y dinámicas.
En este ejercicio directivo
de contradicciones de pensamiento, de presiones políticas, de intereses
cruzados y agendas paralelas, los ejecutivos no solamente deberán inspirar y
comprometer a aquellos que han comprado su proyecto, sino crear la red de
conversaciones para la acción que motiven la transformación de cada uno de los
actores para llevarlos a su siguiente nivel; esto es liberar el potencial de
sus colaboradores, como requisito para crear un entorno de innovación y
variedad que enfrente la complejidad y la disparidad de la realidad empresarial
actual y emergente.
Los dos desafíos nos enseñan,
que al ser ejecutivos de nuestra propia empresa, de nuestra propia marca, es
necesario desarrollar la sensibilidad frente al entorno para el tratamiento de
los riesgos conocidos y el análisis de los latentes, focales y emergentes. De igual
forma, plantea la realidad de la red de contactos, como el circuito moderador y
potenciador que descubre como “la savia alimenta al árbol” y traza la ruta
política de conversaciones claves para actuar en consecuencia y reformar el
mundo conocido.
El Editor
Referencia
LLOPIS,
J. y RICART, J. (2013) Qué hacen los
buenos directivos. El reto del siglo XXI. Pearson
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