“(…) No se ama lo desconocido. Cuando se tiene esa sensación, el sentimiento
no es amor, sino admiración. (…)” es una frase que recoge César Romão en su
libro “Motívese: Venza sus desafíos”. Esta frase nos cuestiona sobre qué tanto
nos conocemos a nosotros mismos, que en últimas, es una pregunta más profunda,
¿qué tanto nos amamos a nosotros mismos?
El ejercicio pleno de amar,
como verbo activo y de acción que es, significa conocer, convivir, relevar y
descubrir los secretos de la persona o de aquello que decimos amar, anota Romão
en su publicación. Este ejercicio supone un viaje a nuestro interior para
identificar nuestros temores, nuestras limitaciones, nuestras virtudes, nuestro
potencial, en fin, la realidad clara y plena del ejercicio diario que supone
vivir el ser que soy y que puedo ser.
Buscar en nuestro interior y
revelar el “otro desconocido” que vive en nosotros, es enfrentarnos al reto de
alinear quiénes somos en realidad; es analizar de manera concreta qué queremos,
de qué somos capaces y cómo vamos a lograr aquello a lo que aspiramos. El ser
humano es un misterio en sí mismo, pero es una vivencia de pleno derecho de
cada uno de nosotros, si estamos dispuestos a conocernos y exigirnos para
movilizarnos y alcanzar todo aquellos que queremos.
Medir cuanto una persona se
ama a sí misma, es medir el nivel de autoreflexión, autoexigencia, autoconocimiento
y búsqueda de realización tiene ese individuo, es decir, señalar los momentos de oscuridad, de
contradicción, de desasosiego, de confusión y de incredulidad que ha pasado y
ha superado, para que la luz que vive en ella, se revele con mayor intensidad y
brillo. Es una medición que requiere pasos firmes sobre terrenos inestables,
inciertos e inesperados; un cálculo estratégico de un guerrero de luz, que denuncia
el ego que vive en él.
Saber quiénes somos en
realidad, teniendo la confianza de decirlo sin temor a pecar por exceso o
defecto, es el camino firme y real de una virtud que persigue a los generosos,
exigentes, sabios y exitosos en la vida. Es un encuentro real donde lo sagrado
se reconcilia con lo humano, una realidad que trasciende los reconocimientos y
adulaciones que el mundo nos puede dar.
Esa virtud, la humildad, nos
permite salir al encuentro del ser que soy, nos permite descubrir nuestro
potencial; nos hace pasar de la simple admiración, al deseo y necesidad de
continuar, en pocas palabras, prepararnos para recorrer el camino de la
excelencia humana, entendida como la competencia personal que vive en
confrontación permanente del ser que somos y que podemos ser, como fuente
insustituible para mantener coherencia y avance en nuestra vidas.
Por tanto, conocernos a
nosotros mismos, exige una capacidad de auditoría constante y sistemática
entorno a la capacidad individual para “aprender a aprender” y el esfuerzo
personal por “desaprender” fruto de los intercambios en el diario hacer. Así
las cosas, no hay amor humano más grande que aquel que es capaz de donarse así
mismo, entendiendo quién es él y la misión que se la ha encomendado: dejar un
legado.
El Editor
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