Revisando recientemente el
libro de Nassim Taleb, denominado “Antifrágil. Las cosas que se benefician del
desorden”, me recuerda igualmente la segunda ley de la termodinámica que afirma
que: “La cantidad de entropía del universo tiende a incrementarse en el tiempo”,
esto es, “el universo tiende a distribuir la energía uniformemente; es decir, a
maximizar la entropía”, que no es otra cosa que acelerar la evolución o la
transformación.
En este sentido, las
anotaciones de TALEB sobre el concepto de Antifrágil, detalla el autor, “se
refieren al beneficio o perjuicio potencial resultante de la exposición a algo
relacionado con la volatilidad. ¿Y qué es ese algo? Pues, simplemente, la pertenencia
a la familia extensa del desorden: incertidumbre, variabilidad, conocimiento
imperfecto o incompleto, azar, caos, volatilidad, desorden, entropía, lo
desconocido, aleatoriedad, alteración, estresar, error, desconocimiento,
dispersión de resultados.”
Todas las palabras anteriores
suponen un ambiente inestable, desequilibrado psicológicamente incómodo para
las personas y angustiante, donde claramente muchos de nosotros no quisiéramos
estar. Sin embargo, conocerlo, enfrentarlo e incorporarlo en desarrollo de
nuestras actividades, nos permite recorrer el camino para mantenernos activos y
alertas a los desequilibrios del entorno para capitalizar las oportunidades que
se presenten y limitar los efectos adversos que ello conlleve.
En la distribución uniforme
de la energía, es decir, en la maximización del desorden, la vida tiene su
lugar y es allí, donde todas las especies ponen a prueba su capacidad para
entender y sobrevivir a los diferentes entornos de la naturaleza, algunos con
más éxito que otros. En este sentido, el poder capitalizar los efectos y
acciones de “desorden”, es decir, situarnos en una posición que saque provecho
de la inestabilidad, esa habilidad que debemos desarrollar para navegar en medio
de las amenazas, alimentarnos de sus efectos y potenciar nuestros sueños.
En este contexto, pareciera
que todo el universo estuviese orientado a sacarnos siempre de la zona de
confort, de la zona pasiva, de la quietud que muchas veces reclamamos. El
movimiento constante de los elementos y sus relaciones emergentes, provocan
todo el tiempo cambios cuyos efectos inesperados, no se hacen esperar. En
consecuencia, nuestra vida espiritual y material debe estar en constante
combate, para mantener el equilibrio del nivel de cambio requerido en cada
momento del mundo.
Convertirse en un ser
antifrágil o mejor aún una realidad propia de la evolución, demanda de cada uno
de nosotros experimentar situaciones límites, entender las mismas y sus
vectores de ataque, es decir, comprender que debemos aumentar nuestra capacidad
de generar opciones y acciones para ver con rapidez las trazas de la
inevitabilidad de la falla y así motivar nuestra conducta para iniciarnos en el
arte de “domesticar” la incertidumbre, que como anota TALEB, se traduce en: “reducir
los riesgos perjudiciales y mantener el beneficio de las posibles ganancias”.
El Editor.
Referencia
TALEB, N. N. (2013) Antifrágil. Las cosas que se benefician del
desorden. Paidos
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