Dice el jesuita Jiménez
Cadena, en su libro “Tus tesoros ocultos”, que siempre es importante establecer
un inventario pleno de la vida, una enumeración que exige reflexiones reposadas
para examinar cuidadosamente nuestras experiencias, cualidades, limitaciones,
expectativas, metas y planes para el futuro.
De acuerdo con el religioso,
generalmente las mejores experiencias de la vida se producen cuando ayudamos a
otros, cuando nos donamos en plenitud sin restricciones, cuando superamos
nuestro “yo” para abrir nuestra vida a los demás, esa forma de encontrarse con
el prójimo que nos permite ver en nuestro interior, la luz que hemos recibido
desde el inicio del mundo, el mensaje que yace en nuestra espiritualidad que
moviliza y transforma al ser humano.
De otra parte, los aspectos positivos
de tu personalidad, la forma de entender el mundo y descubrir al otro son maneras
de continuar nuestro inventario, formas de formular un espacio abierto y sin
barreras, para recorrer en cada expresión de nuestro hacer, una forma de
conquistar nuestras limitaciones y aciertos, de tal forma que día a día podamos
encender o renovar “una luz” en para construir el futuro que hemos soñado.
Como quiera que nuestras
virtudes están en nuestros propios hábitos, se hace necesario mantener una
sesión diaria de “gimnasio espiritual”
que fortalezca los músculos del espíritu y la mente, para que la salud personal
y corporal mantengan energizados tus planes, retos y sueños, una estrategia
para vivir cada día en movimiento, enfrentado “cualquier síntoma” de la inercia que paraliza y envejece.
Habida cuenta de lo anterior,
no solamente tus experiencias, tus acertadas condiciones de personalidad y tus
virtudes no son determinantes para lograr lo que quieres, tus valores y
creencias hacen la diferencia en la hora de los momentos de verdad, en la hora
de la decisiones definitivas, en la hora de la “fidelidad” y prueba de tus “no
negociables”. Cuando somos capaces de construir una vida alrededor de aquello
que nos define y nos hace únicos, estamos cimentando las bases de la
transformación que nos permite evolucionar de manera consistente y permanente.
La metas de largo plazo o
futuras, se empiezan a cristalizar en el presente, en el ahora, en el “yo
quiero”, para movilizar todo lo que hacemos y sintonizar la sinfonía del
universo, donde todo aquello que cuando se pide
y se enfoca, se materializa y se logra; no por un efecto del azar, sino de la
disciplina y la pasión que surge de nuestro ser, para reclamar las promesas que
el Creador nos ha hecho, es palabra de vida y poder que sólo tiene sentido
cuando la hacemos nuestra en el corazón.
Así las cosas, el inventario
pleno de la vida, es una excusa para meditar en quiénes somos, qué queremos, para
donde vamos y qué debemos superar para alcanzar nuestro desarrollo pleno y real.
Este inventario nos debe poner de manifiesto, que todo lo hemos recibido por
amor y por amor hay que retornarlo, es decir, que somos administradores de unas
gracias y talentos recibidos, que debemos cultivar para que el “amo” de la
hacienda recoja “donde no ha sembrado” y reciba el “ciento por uno”.
El Editor
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