Revisando un artículo publicado en el año 2002 en la revista Harvard Business Review sobre qué características o condiciones tiene una persona resiliente se afirma que:
“… una persona será verdaderamente resiliente cuando tiene:
- una aceptación firme de la realidad,
- una profunda creencia, a menudo respaldada por valores muy arraigados, de que la vida tiene sentido, y
- una asombrosa capacidad de improvisación” (Coutu, 2002).
Si analizamos en detalle cada una de ellas, en el escenario actual, podemos establecer algunas acciones concretas que nos permiten movernos mejor en medio de las inestabilidades e inciertos que plantea la nueva realidad en la que vivimos y así superar el superávit de futuro que sólo crea angustia y desesperación.
Es claro que debemos aceptar que tenemos una emergencia sanitaria internacional asociada con un agente biológico adverso, cuyo origen aún es desconocido, que evoluciona rápidamente y que reta de forma acelerada las investigaciones más recientes asociadas con el desarrollo de las vacunas disponibles. Por lo tanto, mientras no se cuente con una inmunización general habrá que mantener de manera permanente las medidas de autocuidado y el aislamiento preventivo voluntario hasta donde sea posible, buscando repensar las formas de vivir y trabajar en un escenario incierto, pero no por eso, amenazante o de miedo, sino de prevención y acción para ajustarnos a la dinámica vigente.
Esto no será posible si cada uno, desde su referente sagrado, no encuentra su lugar común de encuentro con lo trascendente. Ese sitio de silencio interior, donde se nutre la esencia de lo que no se ve, para movilizarnos desde la certeza de lo que se espera, desde la fuerza de la esperanza y desde la acción comunicante del amor. Reconocernos necesitados y asistidos por la fuerza de lo invisible, permite encontrar en el incierto una oportunidad para liberarnos de los temores y habilitar la confianza que habita en nuestro ser, para transitar de la desinformación y la angustia, a la tranquilidad de los que esperan lo mejor y se mueven en esa misma dirección.
Si hemos concretado las dos acciones previas, es momento de activar nuestro lado derecho del cerebro, la creatividad, el ejercicio de liberarnos de nuestras restricciones autoimpuestas para impulsar, no probabilidades, sino posibilidades; encontrar nuevos lugares comunes desconocidos, abrir nuevos caminos, repasar otros con diferentes perspectivas o lentes, con el fin de ver las potencialidades que tenemos y que hemos ignorado por mucho tiempo. Improvisar no es sacar algo de la nada, sino capitalizar los saberes que hemos adquirido para conectar diferentes puntos que antes estaban desconectados.
Así las cosas, si logramos movernos en estas tres características que detalla el artículo de Harvard, es posible que la emergencia sanitaria internacional termine siendo el detonador de aquellas capacidades escondidas, el impulsor de los proyectos parqueados, el activador de los retos suspendidos que están esperando este momento para materializar la transformación que se necesita para avanzar al siguiente nivel al que estamos llamados.
Ser resiliente, es aceptar que fuimos creados para navegar en aguas profundas, creer que somos capaces de cambiar la realidad y que somos depositarios de la magia de la creatividad para ver y transformar el mundo.
La resiliencia es una palabra que más allá de las connotaciones especiales y sofisticadas que se le quieran dar, es una expresión de la condición natural que todos los seres humanos tenemos, que es la de sobreponernos a las adversidades, encontrar respuestas donde otros encuentran problemas y de vivir plenamente con lo que tenemos, para caminar día a día en el ejercicio del caminante de Machado: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
Referencia
Coutu, D. (2002). How Resilience Works. Harvard Business Review. https://hbr.org/2002/05/how-resilience-works
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