Se habla por estos
días de la palabra “normal”, del “nuevo normal”, de “qué cosas van a cambiar
cuando acabe el confinamiento”, situaciones y contextos que dialogan sobre una
necesidad de las personas por “conocer y ver qué va a ser distinto” frente a lo
que se venía haciendo. Una necesidad de novedad natural, que la esencia del ser
humano busca y motiva para ver cambios y transformaciones.
Pero, ¿realmente
sabemos qué era lo “normal”? ¿O vivíamos en “automático”? ¿Estábamos, como
dicen los informáticos, en un ciclo infinito donde las cosas sencillamente
pasaban sin cuestionarnos, ni “darnos cuenta” de los eventos a nuestro
alrededor? Cuando de repente lo que reconocíamos como realidad, como lo cotidiano
y “normal” se interrumpe abruptamente, se genera un “quiebre” conceptual donde
todo parece tener un sentido distinto y lo que conocíamos como cierto, comienza
a ser interrogado.
Suspender el
ejercicio de la realidad implica reconocer que estábamos tranquilos y cómodos
con lo que habíamos aprendido y que el mundo no tendría mayores cambios y la
vida seguiría relativamente tranquila y sin sobresaltos. Una emergencia
sanitaria cambió la forma de vivir, se nos aparece como una gran “piedra en el
camino” que no podemos ignorar y nos obliga a tomar distancia de todo cuanto
hemos aprendido y conocido hasta el momento. El incierto aparece y crea zonas
de confusión y contradicción, que nos saca de la zona cómoda de las respuestas
y nos lleva las tensiones propias de las preguntas, muchas de ellas sin
respuesta.
Ahora debemos
re-iniciar nuestro sistema de conocimientos y creencias frente a un escenario
hasta ahora desconocido donde todo lo que teníamos como certezas, se transforma
de manera inesperada para motivarnos a descubrir nuevas formas de hacer las
cosas. Lo que antes “no se podía hacer” pues había que hacerlo presencial, hoy
es viable y real hacerlo virtual. Nos hemos dado cuenta que teníamos muchas “excusas”
y “miedos” que nos detenían para cambiar aquello que era una oportunidad
inédita para hacer las cosas distintas.
Estamos en un
momento donde se habilitan las posibilidades, más que las probabilidades. Es
una cuestión de supervivencia y mantenerse en movimiento, de probar y
experimentar para ver qué ocurre, de explorar y pronosticar escenarios para
descubrir y caminar en el futuro donde los sueños se hacen realidad. Cambiar la
manera de hacer las cosas, es tomar este momento como un laboratorio pedagógico
y personal para renovar nuestros cuerpos de conocimiento y certezas
científicas, un espacio de aprendizaje donde el error hace parte inherente de
este proceso.
Cuando se “rompe el
normal”, se quiebran los lentes con los cuales vemos el mundo. Esta emergencia
más que respuestas nos ofrece nuevas preguntas. Preguntas que nos interrogan
por aquello que no se ve y nos invitan a planear y ejecutar ese viaje pendiente
que tenemos hace nuestro interior, con el fin de cultivar el hábito de entender
primero y hacer juicios después. Preguntas que deben habilitar la curiosidad
como fundamento de la "nueva realidad” para hacernos más atractivos, interesantes y
empáticos con la inestabilidad y el incierto, y así habilitar el aprendizaje como el “nuevo
normal” para hacernos personas más sanas, menos ansiosas y abiertas a las
oportunidades, a pesar de no conocer todos los detalles.
El Editor.
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