Los seres humanos
por definición somos sociales, filiativos y en muchas ocasiones, ingenuos
cuando se trata de mantener relaciones con otros individuos, pues por lo
general partimos del principio de buena fe. De acuerdo con Ruiz (2019, p.162)
las personas tienden a incorporarse a grupos que comparten las siguientes características:
- Proximidad: Entorno de relación cercano que la persona tiene y desarrolla en su actividad diaria.
- Familiaridad: Círculo de conocidos que comparten sus creencias y orígenes, y con quienes conversa y se reúne con frecuencia.
- Atractivo: Escenario de individuos que conectan con buena energía, buenos deseos y motivan una salud mental y espiritual positiva y trascendente.
- Reciprocidad: Un conjunto cercano de seres humanos que donde el dar es más relevante que el recibir, creando una zona de contagio y positivismo que sintoniza con los otros.
- Similitud: Un ambiente para compartir con aquellos que tienes opiniones semejantes a las que tiene una persona.
Si revisas tu
dinámica social cercana, muchas de estas características se pueden evidenciar,
con lo cual estarás desarrollando esa faceta natural de los seres humanos para
crear redes de contactos, conexiones y apoyo que cada uno necesita para
continuar abriendo posibilidades y oportunidades donde otros, sólo ven
probabilidades y generalmente limitaciones.
Crear círculos de redes
de colaboración y soporte en lo que hacemos a diario, nos permite mantener una
vista renovada de aquello que conocemos y sabemos. Es una experiencia donde
cada miembro comparte y observa un comportamiento positivo y crítico (no
agresivo, ni etiquetado) que posibilita explorar y cuestionar los saberes
previos, para provocar nuevos viajes en terrenos desconocidos para unos, y
renovados para otros.
En consecuencia “vivir” en comunidad y “estar” en comunidad, comportan dos
escenarios distintos y complementarios al mismo tiempo. Mientras el “vivir” se traduce en conectar con las experiencias de otro y “untarse”
de su propia realidad para descubrir un camino distinto, el “estar” es reconocer al otro como verdadero otro, con filiaciones, tendencias, y
gustos que definen una experiencia complementaria de un mundo alterno que no se
conoce, y que espera a su turno, una invitación para poderlo “vivir” si es
del caso.
La necesidad de
filiación inherente al ser humano es una oportunidad y un reto al
mismo tiempo. Es una oportunidad que
permite encontrar nuevos lugares comunes en un territorio cambiante que se
recorre, algunas veces con zapatos prestados por otros o descalzos sintiendo
cada paso que se da; y un reto, que
se traduce en una invitación a repensar, reinventar o reconstruir los mapas del
territorio personales con otros, para establecer nuevos horizontes y metas
que permitan darle forma a una apuesta que transforme el presente y acerque el
futuro.
El ejercicio de filiación, como la
esencia natural que define nuestra humanidad, nos permiten reconocer los logros de otros, desarrollar
nuestra marca personal, descubrir
nuestras cegueras cognitivas, aumentar
nuestro campo de influencia y manifestar
nuestra generosidad y encuentro con
mi próximo. Construir redes de contactos, así como mallas de sentido y
solidaridad colectiva, debe ser la nueva frontera y objetivo de nuestra especie
como una de las lecciones aprendidas que nos deja el contexto actual: una
ventana de aprendizaje que nos permita mitigar el peligro de “volver a la
normalidad”.
El Editor
Referencia:
Ruiz, A. (2019) Ahora o nunca. Las 5 claves para triunfar en
tu carrera profesional. Madrid, España: Penguin Random House Grupo
Editorial.