En un mundo en constante
cambio y en desorden permanente, encontrar paz y tranquilidad parece una tarea
inalcanzable. Explorar espacios de reflexión y reposo entre la marea de
acciones y actividades humanas plantea un reto para una sociedad moderna, que
busca afanosamente nuevos horizontes de desarrollo y capacidades novedosas para
alcanzar mayores niveles de bienestar.
El silencio como
elemento fundamental de la vida humana pasa desapercibido, mimetizado en el
tejido de las tensiones y la turbulencia de los acontecimientos, como un
extraño que pasea su mirada sobre la velocidad de los hechos, sin que nadie lo
note y lo advierta como ese narrador de una historia donde la contradicción, los
inciertos y las zozobras son parte de los nuevos estándares de una sociedad que
exige eficiencia, eficacia y efectividad, como pilares de una vida centrada en
el “saber” y en el “saber hacer”.
“Hacer silencio”, es
distinto que “estar en silencio”. Mientras el primero, trata sobre las
condiciones del entorno, esa ausencia de ondas sonoras o expresiones perceptibles
por el oído humano que advierten un escenario de aislamiento y determinado por
un reconocimiento de una persona frente a su espacio; el segundo es una expresión
de un camino interior, de un control del ruido interno del ser humano, que
busca encontrar una ruta de conocimiento profundo, que lo conecte con su “yo
interior”, con la esencia de su propio ser, donde se reconoce limitado y
vulnerable, y al mismo tiempo, motivado y emocionado.
El silencio exige
una condición creativa del ser humano. Se requiere mucha creatividad para
lograr “hacer silencio”, como preámbulo para “estar en silencio”. La creatividad
supone cambiar o perturbar el orden establecido, cuestionar las reglas del
mundo sobre el acallar los bombardeos permanentes de las emociones, de las
angustias, de los afanes, para crear un nueva manera de desconectar el cuerpo
de la invasión sonora del entorno actual; un tomar distancia y poder ver “cómo
vibra el mundo” sin oscilar con él.
Cuando logramos esa distancia
prudente, es posible conectarnos con la vista interior del hombre. Se revela la
presencia del ser, la magia interna del individuo, que espera su turno para
dialogar en un espacio, para muchos desconocido, donde el hombre se reconoce a
sí mismo con su visión trascendente. En ese punto y lugar, ya no existe una
división entre lo físico y lo espiritual, sino una vista sistémica de la realidad
que alcanza todos los linderos de la vida humana, un espacio privilegiado que
representa una ruptura con el orden cartesiano preestablecido por las mayorías y
sus intereses particulares.
“Estar en silencio”
es un ejercicio donde se suspende la realidad, donde el “saber” y el “saber
hacer” pasan a un segundo plano para dar paso al “saber ser”. Una competencia
que busca conectar al hombre con su liderazgo personal y trascendente, con el
perfeccionamiento de su vida espiritual y sobremanera, con la fuente misma de
su fuerza interior, que no es otra cosa, que su permanente contacto con su visión
de un ser superior, en el cual se transforman y logran todos sus deseos, y se
colman todas sus esperanzas.
El silencio representa
la mirada del hombre, que conectado con su realidad exterior, posibilita una
ruta hacia su interior, donde se rompe con la linealidad del mundo, con las
estridentes y brillantes luces de las vanidades humanas, para crear caos e incierto
en el mundo visible, que prepare y promueve una nueva lógica del mundo, desde
aquello que es invisible.
El Editor
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