Todos los seres
humanos tenemos preguntas, situaciones, contextos en los cuales queremos encontrar
respuestas que alivien ese vacío o angustia interior que genera aquello para lo
cual no hay una certeza. Somos seres incompletos, en obra negra permanente, pero
con vocación de aventura y reto, que nos permite avanzar en medio del ruido del
mundo para visualizar aquello que nos habilita para dar ese paso que nos lleve
al siguiente nivel de evolución, donde “mudamos de piel” y reinventamos nuestra
propia existencia.
Encontrar respuestas
en un mundo “lleno de distracciones”, nos puede desviar de la esencia misma de
lo que buscamos. Los reconocimientos, los aplausos, las distinciones, si bien son
momentos importantes en la vida, como signo de que hay cosas que se están
haciendo bien, de acuerdo con los estándares del mundo; deben ser utilizados
como plataforma, para seguir interrogándonos sobre cual es la siguiente frontera
que queremos alcanzar. Acomodarse en el sillón de los que “dejan de aprender”,
es iniciar un proceso de oxidación del intelecto, del alma y del cuerpo, que
termina en la maleza del “éxito” que te oculta del entorno y te niega la luz de
la novedad.
Muchas veces
queremos tener respuestas express,
rápidas y concretas para mantener el ritmo de la vida y no perdernos de las
condiciones cambiantes del ambiente, sin embargo, se hace necesario desacelerar
un poco, revisar en profundidad y abrirnos a las posturas diversas, para desconectar
aquello que creíamos era la “verdad” y retarnos a reconstruir y contar nuevas
historias, donde las respuesta que buscamos aparecen entretejidas en las
posturas que vamos encontrando. El ser humano, tiene hambre de entender y por
lo tanto, deberá tomarse el tiempo para vivir aquello que desea desnudar, conocer
y ser.
Cuando el hombre
tiene la respuesta que necesita, la búsqueda no termina, sino que inicia un
proceso de conexión ascendente, que deja de ser influida por los “destellos del
mundo” y se deja sorprender por las “luces del alma”. Esas luces, surgen cada
vez que es posible detener la exigencia de la eficiencia y la eficacia, y le damos
paso, a la conversación personal, a la sanación interior y a la conexión
espiritual. Nada más sabio, que perseverar en aquello que no se ve, para distinguir
nuevas posibilidades en aquello que podemos ver y reconocer.
La vida del hombre
que busca respuestas, es una vida en permanente evolución, en permanente reto.
Es un hombre, que más allá de andar “desconectado de su realidad”, vive la
esencia de su humanidad, de su propia vocación, de su propio destino. Las
respuestas del hombre que se interroga a sí mismo, no vienen de gurús
empresariales, ni de misteriosos maestros espirituales, sino de una oportunidad,
de una decisión personal, que abre la ventana de su propia vida al aprendizaje,
a la existencia de un “ser trascendente”, que se conecta con el mundo material,
con la visión individual y con la luz de la fuente espiritual.
Encontrar respuestas
en la vida, es vivir de cara a una vida intelectual y espiritualmente activa, que
le permite al hombre, mantener su curiosidad, su inquietud, su conexión vital
con el entorno y su interioridad, para establecer una relación de doble vía
entre sus vocación y propósito de vida; una intensa y reiterativa promesa que
reconoce y reconcilia al hombre consigo mismo, para descubrir que el mapa que
ha construido no es el territorio y por tanto, su labor todo el tiempo no es
encontrar respuestas correctas, sino construir mejores preguntas.
El Editor.
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