sábado, 2 de marzo de 2019

Tres tipos de personas


Cuando se leen las Sagradas Escrituras (en el contexto de la religión católica) encontramos diferentes ejemplos de tipos de personas: unas que están dispuestas a enfrentar sus retos, otras que no lo están y aquellas que definitivamente no quieren y no pueden.

La primeras son personas que superan sus propios sesgos, sus propios temores y miedos, para dar un paso en medio del vacío, con la confianza puesta en la divinidad, para lograr todo aquello que se proponen. Si no lo logran, ha sido un intento más, donde han aprendido y reconocido que tienen oportunidades y ventanas de aprendizaje para potenciar sus propios estándares. Luego, recargan fuerzas, consolidan nuevas condiciones personales y contextuales y se lanzan nuevamente a conquistar sus propios desafíos para ver en sí mismos el brillo de la fuerza divina, que los transforma en otros distintos.

Las personas que no están dispuestas a superar sus retos, son aquellas que le tienen miedo a lograr lo que se proponen. Temen más por el “qué dirán”, que por el reto mismo de alcanzar lo que quieren. Están atrapadas en el control que ejercen otros sobre ellos. Delegan el control de sus propias vidas a los comentarios de otros, dejando que sus propias iniciativas carezcan de la fuerza necesaria para superar sus propias autorestricciones. Las personas que temen enfrentar sus desafíos, piensan más en la falla que en los grandes aprendizajes que se ganan intentando llegar hasta donde otros no lo han hecho. Quienes se asustan con sus retos, no avanzan y por lo tanto, tienden a retroceder.

Las terceras personas están atrapadas, no en los intentos, sino en la calificación emocional y afectiva de éstos, que se denomina “fracaso”. No comprenden que las fallas o aquellas cosas que no salen como estaban planeadas, son parte inherente del proceso de aprender y crecer como seres humanos. Aprendemos mucho más de aquello que no resulta como esperábamos, que de los momentos donde logramos lo que queremos. Entender el error como una oportunidad para superar nuestros inciertos, nos permite ver la vida en perspectiva, en clave educativa, es decir, como aprendices que reconocen que no saben y están dispuestos a dar su mejor esfuerzo para retar sus posturas y saberes previos.

El hombre moderno y conectado con su espiritualidad profunda, no busca desesperadamente encontrar garantías absolutas de que nada fallará, sino que navega en océanos de incertidumbres, para conquistar archipiélagos de certezas, que lo invitan en cada momento a renovar sus marcos de conocimiento y reconocimiento del mundo, como una forma natural para seguir avanzando mar adentro, como Pedro y Santiago, para lanzar las redes y obtener la pesca abundante. Esa que no es otra, que confiar en la palabra del Crucificado, para abrirse a la bendición abundante y generosa de aquel que cree sin haber visto.

Las Escrituras no contienen una historia de un “fracaso”, sino diferentes historias de hombres que continúan intentando, perseverando y aprendiendo que la vida es, una oportunidad finita que tiene la humanidad para experimentar la luz de la esperanza, la tenacidad del navegante, la experiencia del pescador y la sabiduría de los ancianos, como testimonios de fe inquebrantables que ven en cada momento de la vida, la mejor preparación para alcanzar el siguiente nivel en lo personal, en lo profesional y en lo espiritual.

El Editor

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