Durante estas épocas
del año se cierran ciclos y se abren nuevos. Muchas veces los seres humanos no
estamos acostumbrados a este tipo dinámicas, que son tan permanentes en la
naturaleza, pues nuestra necesidad de certezas y poca capacidad de mirar y
descubrir en el incierto, paralizan las reflexiones que deben ser cotidianas
sobre la forma de abordar la vida y sus retos.
En la naturaleza
casi todos los eventos representan ciclos, algunos largos, otros cortos. Las
plantas tienen particularmente una dinámica acelerada de intercambio de
nutrientes y permanecen en movimiento constante con su entorno, creando un
ciclo virtuoso de vida, que se nutre de su propia dinámica interna y de los
retos que su ambiente le provee para encontrar su sitio en este ecosistema.
Los ríos y las
fuentes hídricas en general representan la dinámica y la savia que conecta la
vida del ecosistema. Un complejo y detallado conjunto de relaciones que crean
una armonía en medio de un aparente caos, que se genera frente a las diferentes
interacciones que reciben, bien por agentes externos que los afectan o por los
flujos inherentes de renovación que tiene en sus propios procesos. El agua no es
simplemente una ecuación química conocida, sino una declaración de conexión entre
la vida y sus fuentes de energía que viven en la naturaleza.
En este contexto
somos seres que vivimos y existimos en conexión con otros, con la dinámica del
entorno, no sólo para ver sus movimientos y tendencias, sino poder intervenirlos
y modificarlos de tal forma, que nuestras mediaciones creen nuevos escenarios de
destrucción creativa, de renovación de aquello que conocemos, para rasgar el
velo de lo conocido, desconectar nuestros supuestos y habilitar nuevos espacios
para construir aquello que aun no podemos comprender.
Comprender la dinámica
de estar conectados, es saber que los ciclos de la vida se abren con una
posibilidad y se cierran con retos cumplidos y lecciones aprendidas. Esta
necesidad humana de mantenerse abierto al cambio y a renovar su “caja de
herramientas”, es lo que da al hombre la capacidad de reinventarse y repensar
sus propios conceptos, creando una zona inestable interior, que por lo general
termina con una propuesta disruptiva exterior.
No hay nada en el
mundo visible que permanezca en su sitio, que no cambie de rumbo o se mire de
maneras distintas. Cuando en la vida nada pasa, hay que levantar las alarmas
pues algo esta pasando y no nos hemos dado cuenta. Mientras los cambios en el mundo
exterior continúen alterando la forma de ver las cosas, en tu mundo interior
deberá estar ocurriendo nuevas conexiones y experiencias que preparen los nuevos
retos que te transformen en otro diferente siempre vivo, siempre nuevo y siempre
joven.
Vive intensamente
los momentos de la vida, libérate de tu exceso de equipaje, incomoda aquello
que sabes y has aprendido, para que un nuevo renacimiento llegue a tu existencia,
ese que te permite ver tu pasado en perspectiva, aceptar tu presente como
verdadero regalo y experimentar tu futuro como posibilidad permanente para
hacer la diferencia.
Recuerda: Una vida
llena de certezas, es una vida con inercia intelectual y aridez espiritual. Una
vida con certezas e inciertos, es una vida con dinámica reflexiva y sintonía
trascendente, un ejercicio que demanda mudar con frecuencia al hombre viejo, y encontrarnos
con el hombre nuevo.
El Editor
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