En estos días se
escuchan voces que tratan de anticipar lo que pasará el año que viene. Voces
que tratan de escudriñar las fronteras del futuro para ver qué cosas se deben tener
en cuenta para preparar el camino a seguir en los próximos 365 días. Te has
puesto a pensar, ¿qué harías su supieras la fecha y la hora en la cual dejarás
este plano conocido? Una pregunta que puede intimidar y crear gran inquietud,
pero al mismo tiempo, una oportunidad para establecer nuestras prioridades y
retos como seres humanos para dejar una huella en el mundo.
Tener el cronómetro regresivo
cierto andando delante de nosotros, es una apuesta que nos invita a tener una
vida siempre presente, viva y llena de propósitos. Saber que el tiempo
transcurre delante nuestro, es una exigencia para dar lo mejor de nosotros
mismo en cada momento, para transcender más allá de lo que hoy hacemos y amar
con tanta intensidad, que muchos verán en cada proceder el signo de la divinidad
obrando en cada persona.
Cuando sabemos que
los plazos se vencen y se cumplen, pareciera que tenemos una acción decidida que
nos permite salir de la zona cómoda y hacer aquello, que generalmente hemos pospuesto
por otras, que en su momento pensamos que eran más importantes. Nada es más
importante que conectar con la espiritualidad que vive en nosotros, con la
fuerza de la luz de DIOS que hemos recibido desde que nacimos, para dar cuenta
de nuestra semejanza con la divinidad que nos ha acogido y seleccionado para
transformar el mundo.
El mundo y sus
realidades visibles, crean una zona de opacidad de nuestra verdadera razón de
ser, tratando de cautivar aquello que hemos recibido, el amor sin límites; por
una lectura de la felicidad basada en el tener, el poder y el placer, donde los
objetos y las cosas dibujan la ilusión de la satisfacción qué sólo dura un
momento. Una dependencia afectiva y emocional que, a semejanza de las drogas,
consume desde el interior al individuo, desdibujando su realidad exterior.
Cuando entendemos
que cada día es una oportunidad para crear el futuro, desarrollar y potenciar
nuestras habilidades, hemos entendido el evangelio de la fe, la esperanza y la
caridad. La exigencia de salir de la zona cómoda, como una misión que tenemos
encomendada para avanzar en medio de un camino, algunas veces conocido y otras
veces incierto, es buscar los horizontes inexplorados que den sentido al reto
inherente de hacernos otros distintos y conquistarnos a nosotros mismos.
Saber que en algún
momento las cosas van terminar, no debe ser signo de tristeza y nostalgia, sino
señal de fuerza, valor y alegría que nutre nuestros más profundos sueños, como
la savia que alimenta el fuego interior, la magia de la voluntad y el valor de
creer. Una declaración de poder sobrenatural que anticipa una nueva renovación
personal y espiritual, donde el Maestro nos espera, para navegar hacia aguas
profundas y lanzarnos a caminar sobre océanos desconocidos, guiados por la luz que
nos viene de lo alto: la estrella que brilla en un portal.
El Editor