Una realidad
concreta y clara es la reflexión que plantean los empresarios al final del
desarrollo de sus actividades de negocio: ¿Qué
ha quedado después de vender nuestros productos, crear valor para nuestros
clientes, pagar a los empleados, los proveedores, los bancos y los políticos?
Si lo que queda es positivo, hemos hecho bien el trabajo.
Esta pregunta
igualmente podríamos hacernos cada uno de nosotros, en el desarrollo de
nuestras actividades diarias, en el ejercicio retador de construir nuestra
propia historia de vida donde cada uno sabe qué producto vende y cómo crea
valor a sus grupos de interés. Te has puesto a pensar que eres el “gerente de
tu vida”, donde tienes que cuidar los detalles de la empresa que tienes en las
manos y cómo puedes mantenerla dando “utilidades” hasta el momento final de
entregar la cuentas definitivas.
Como ser humano,
pleno de capacidades has venido al mundo a transformarlo y hacerlo un vivo
ejemplo de la generosidad divina que mora en ti. Eso supone, que tus dones,
habilidades y reflexiones te permiten crear “productos” que son requeridos por
otros en el contexto tu dinámica social. Es con visión aguda y sagacidad como
logras descubrir aquellos puntos de interés de las personas, para poder
concretar y desarrollar tu potencial. Cuando logras ayudar a otros con lo que
sabes y puedes hacer, estás construyendo un capital humano que edifica la
creación y te pone en camino de reinvención personal y espiritual.
Si logras hacer lo
anterior, estarás revelando aspectos de la realidad, donde las percepciones de
las personas cambian y se sorprenden cuando sabes conectar con sus ilusiones y
retos. En la medida que eres capaz de “hacer la diferencia” en tu encuentro con
el otro y cambiar la forma de ver la realidad, estás no sólo creando valor,
sino movilizando la energía positiva, que cree y sabe que es posible tener
alternativas y posibilidades para hacer cosas de forma distinta.
Todo esto requiere
el esfuerzo de tus “empleados”, tus virtudes, retos y dudas que te permiten
avanzar en medio de lo “no conocido”; pagar a los “proveedores”, todos tus buenos socios conocidos que te apoyan en
aquello en lo que no eres lo suficientemente bueno, para así pagar las deudas
al “banco”, ese que recibe consignaciones de “lecciones aprendidas y por aprender”
para retirar “nuevos aprendizajes” que sean prenda de garantía de nuevos pagos que
crean “riqueza personal” y “renovación espiritual”.
Cuando al final de
ejercicio, se tiene claridad de los “productos” que has podido vender en tu “nicho
de negocio”, es decir, cuánto has podido potenciar a otros; cuántas veces has
superado tus propias expectativas y sorprendido positivamente a otros; cómo has
pagado a tus “empleados”, tus virtudes y capacidades para hacer la diferencia;
qué tanto has conectado y hecho sinergia con tus “proveedores” para transformar
tu mundo interior y exterior, y finalmente “cuanta riqueza personal acumulada”
tienes luego de los “retiros y pagos” de aprendizajes que has podido tener a lo
largo de tu vida, podrás decir como el poeta “confieso que vivido” en plenitud
y sin reparar en buscar excusas para hacer que las cosas pasen.
Recuerda que tu “gerencia
de vida” no es un ejercicio improvisado y sin dirección, sino una
responsabilidad clara y formal que se te ha dado para potenciar tus talentos y
no para esconderlos. Pues al final, el “dueño de la vida” vendrá a recoger el producto
del trabajo bien hecho, pues confía en nosotros todo el tiempo y en nuestra
capacidad para dar “frutos jugosos y generosos”, aun nosotros, desde nuestras
diferentes formas de verlo, no confiemos mucho en él.
El Editor
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