En la vida debemos
construir todo el tiempo el itinerario
del aprendiz, ese que elabora un plan de aprendizaje permanente, donde cada
situación advierte una forma de sorprendernos para cuestionar nuestro saber
previo y así encontrar nuevas razones para suspender la realidad, reconocernos
a nosotros mismos y a los demás.
El aprendiz de la
vida permanece atento y vigilante en todo momento para capitalizar
aprendizajes, los cuales necesariamente llevan un proceso de desintoxicación de
conocimiento previo, cargado de prejuicios y juicios de valor, para crear una
nueva ruta de conocimiento personal que nos lleve a educar nuestras emociones,
pasiones y talentos en función del reto trascendente que cada uno de tiene
desde su nacimiento.
El aprendiz de la
vida encara el presente con determinación, incorpora las lecciones aprendidas
del pasado y plantea los retos de su visión de futuro. En este ejercicio de
tres movimientos, está asistido por una habilidad central, que desconecta al
aprendiz de sus propias limitaciones y lo incorpora al contexto del ser. Dicha habilidad
es “darse cuenta de quién es”, una
práctica que lo lleva a tomar distancia de la realidad, para decodificar los
mensajes de su entorno y darles formas en el escenario de su propia conexión divina
que atraviesa su historia humana.
El aprendiz de la
vida, sabe que cada persona tiene una lección para dar, una experiencia
enriquecida que está dispuesta para nutrir la suya. Es un ejercicio de apertura
personal hacia la vivencia del otro, un enlace invisible que cuestiona el
monopolio de nuestros propios conocimientos y saberes, para dejarnos alimentar
de los retos y aventuras de un ser humano, es decir, de aquella impronta mágica
del talento que tiene su lugar en el mundo.
El aprendiz de la
vida, sabe que todo lo que hemos aprendido y conocemos es siempre temporal,
parcial y susceptible de ser mejorado o cambiado. Mientras nuestro itinerario de aprendizaje y
suspensión de la realidad nos permita crear un entorno para cambiar las miradas
sobre los objetos, las personas y las reflexiones, estaremos transitando los linderos de una educación que libera y no
coloniza, donde la ignorancia no es un mal indeseable, sino la puerta donde
inicia la sabiduría del error, la oportunidad de cruzar el umbral de lo
desconocido.
El aprendiz de la
vida sabe que debe reinventarse cada día, que debe explorar nuevos horizontes
en cada momento, pues de no hacerlo su habilidad para aprender se debilitará y lo
llevará a estados de inactividad e inercia donde “cuando nada pasa” es cuando “todo
pasa”. En este sentido el aprendiz deberá abrirse para ser
persuadido por los conceptos y verdades inestables actuales para desconectar
los aspectos conocidos de la realidad, integrarlo con las discontinuidades y
contradicciones identificadas en el entorno, y volver a reconstruirlos para
contar con un vista enriquecida y renovada sobre un lienzo preparado, donde el
tiempo no transcurre y el presente es siempre un continuo.
El aprendiz de la
vida se educa para la tolerancia, para el buen combate, para resistir ante la adversidad,
para reconstruirse a sí mismo y para encontrarse con sus propias sombras. Ser un aprendiz de la vida significa
recorrer una espiral ascendente de ciclos virtuosos y valiosos de conocimiento
de sí mismo, de transformaciones permanentes que construyen un tejido de
significados personales y sociales, un entrenamiento exigente y apasionado,
que como anota Chamalú (2016, p.122), “nos
convierte en humanos todo terreno, en habitantes del cielo y de la tierra”.
El Editor
Referencia
Chamalú (2016) Inteligencia existencial. Filosofía práctica
para transformar la vida. Bogotá, Colombia: Intermedio Editores S.A.