Estamos viviendo
momentos históricos de la humanidad, desarrollos que muchos quisieron ver y no
pudieron. Somos testigos de transformaciones positivas y de intereses cruzados
que buscan ser protagonistas y tener “control” de una realidad, dominada aún,
como en la antigüedad, por los recursos naturales y las presiones políticas, o
mejor hoy denominadas geopolíticas.
Pareciera que como
humanidad no hemos aprendido la lección que nos ha legado la competitividad,
entender al otro como competencia o rival, como contrario que debo doblegar o
conquistar para mostrar que tengo supremacía y dominio. Bien anota Maturana,
que “la competencia no es ni puede ser
sana porque se constituye en la negación del otro”. Competir es un
ejercicio de preparación individual para superar las mejores condiciones del
otro o aprovechar sus limitaciones para lograr una victoria personal.
Las teorías de
administración vigentes a la fecha han recabado en insistir que el competir y
diferenciarse es parte de la forma natural como las empresas y las personas
deben “prepararse” para superar los retos y contradicciones del entorno. Una
postura que, si bien ha permitido motivar transformaciones interesantes y
movilizar a muchos fuera de su zona cómoda, poco a poco se ha venido
debilitando para dar paso a una visión diametralmente distinta.
La fatiga del “competir”
está siendo ocupada por la apuesta del “colaborar”, del sumar voluntades y
habilidades para tener una mejor forma de construir un futuro conjunto.
Entender esta nueva postura implica que reconocemos en los otros, elementos
claves que son relevantes y pertinentes, para observar y desarrollar una
lectura enriquecida de la realidad, que busca comprender y tejer un sentido de
nuestro entorno más inclusivo y menos exclusivo.
Co-laborar implica
trabajar en conjunto para construir un saber enriquecido, una forma de creación
conjunta de significados, donde la supervisión no está en una persona, sino en
la consistencia natural de los retos y actividades que permiten alcanzar un
aprendizaje significativo para todos los participantes (Barkley, Cross y Major,
2012). En este sentido, la colaboración es una oportunidad para compartir y
construir nuevas capacidades, más allá de adquirir un conocimiento: conquistar
una oportunidad.
Mientras el paradigma de la competencia nos ha permitido entender y superar las expectativas de personas o grupos de personas, la colaboración es capaz de crear sentido y significado en una comunidad alrededor de una vista común y de retos conjuntos, los cuales no solo hacen diferencia en ese conglomerado, sino que se expande a otros.
Co-laborar permite
hacer evidente las responsabilidades de las personas que participan; se
construye una red de compromiso fundada en una perspectiva común, donde no
existe ni tu ni yo, sino un nosotros que se ha desarrollado desde una lectura
comunitaria, desde un saber cognitivo que en últimas es un saber subjetivo, un
saber de equipo situado en un entorno de cambio permanente.
En pocas palabras,
las teorías administrativas deberán evolucionar para concretar una nueva
distinción, donde las nuevas exigencias de racionalidad nos permitan sumar
saberes conjuntos e implícitos, donde los competidores que logran metas grandes
y retadoras, se traducen colaboradores que comparten sueños y esperanzas de
forma conjunta.
El Editor.
Referencia
Barkley, E., Cross,
K. P. y Major, C. (2012) Técnicas de
aprendizaje colaborativo. Manual para el profesorado universitario. Segunda
edición. Madrid, España: Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, España –
Ediciones Morata.