¿Qué significa
aprender? Una pregunta que muchos interpretan y leen de diferentes formas. Una
expresión de la manera como el ser humano incorpora saberes frente a la
inestabilidad de la dinámica global donde actualmente se encuentra.
Bien anota Barreda
(1995, p.107): “las turbulencias crecen y
cada vez el cambio se aprecia más inmanejable, no se ha aprendido rápidamente y
debemos adquirir nuevos comportamientos adaptados a la situación para
supervivir. Debemos crear planes de cambio para el futuro. Crear programas que
nos ayuden a cambiar en la dirección deseada o adaptarnos al cambio, no
previsto, pero real”.
Esta frase
reivindica el ejercicio permanente del aprendizaje, de la forma como las personas
deben ajustarse de forma eficiente y anticipada, para “adquirir, construir y
elaborar” nuevas formas de ver el mundo, desde la experiencia aplicada, esa que
permite retar los saberes previos para revelar las nuevas oportunidades
disponibles y así proponer soluciones o estrategias alternas para hacer del
mundo una versión mejorada de sí mismo.
Los saberes humanos, esas adecuaciones individuales que
se dan en la cámara secreta de nuestros supuestos, que modifican las actitudes y
formas de pensar, establecen la fuente misma de las transformaciones personales. No reconocer estos saberes previos, es descontar la
sabiduría que yace en la experiencia misma del ser y desestimar los aportes
significativos y lecciones aprendidas que son fuente natural de formas
inusuales de ver la realidad.
Los saberes y el
aprendizaje son elementos claves que reconocen un propósito de nivel superior
en la sociedad, una ruta de construcción de un territorio marcado por lo
dinámico y cambiante, una apuesta sistémica que conecta distintos mundos,
distintas perspectivas, para diseñar y adoptar estructuras flexibles que miren
e incorporen lo conocido y se abran a desconectar lo aprendido, para incorporar
lo desconocido, lo novedoso, lo incierto e inestable.
Adelantarse al
cambio, en otras palabras, incorporar nuevos saberes más rápido y anticiparse a
lo que aún no ocurre, pero que se advierte en el horizonte, es una tarea que
cada ser humano debe adelantar y desarrollar. Un viaje entre información,
conocimiento y sabiduría, una experiencia que inicia en el exterior del sujeto,
que luego se integra en su propia realidad, para finalmente trascender desde el
individuo con una mirada mucho más holística, allí donde el entorno, no es otra
cosa que una extensión de su reflexión permanente para repensarse a sí mismo y
a su ambiente.
Saber significa entender
que si algo funciona, debe ser renovado, debe ser repensado, debe ser
reimaginado. No es posible continuar la necesaria senda del aprendizaje, desde
los aspectos conocidos y estables de la realidad, sino desde la lectura de lo
incierto, donde la pedagogía del error, es la maestra generosa que abre las
puertas para nutrirnos de aquello que se sale de lo previsto, esa vivencia que
nos sorprende, que nos suspende el ejercicio de la realidad para llevarnos a “tierras
inexploradas” donde debemos capitalizar lo aprendido, deconstruir nuestro saber
y reconectarlo con las novedades que se presentan.
En consecuencia,
aprender significa cambiar, transformar, desconectar, sorprender, explorar,
experimentar, tantas palabras que buscan crear un entorno psicológicamente
seguro que conecte los propósitos superiores de los seres humanos, como una
forma de tratar las tensiones naturales que la incertidumbre nos plantea para
ver el mundo como un lugar donde es posible llegar a la iluminación bajo la
armonía de los contrarios: luces y sombras, certezas e inciertos, imposibles y posibles.
El Editor.
Referencia:
Barreda, R. (1995) Aprendizaje. La función de educación en la empresa moderna. Madrid,
España: CONORG, S.A.
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