Cambiar por cambiar
es un absurdo. “Cambiar, como cambian los
paisajes cuando cambia la luz o las estaciones del año” (Soler y Conangla,
2014, p.121), es el ejercicio de reconocimiento del óleo interior que nos
permite observar los matices inexplorados de nosotros mismos. Esos linderos
desconocidos que con luces de diferentes colores se logran develar desde las
profundidades del ser humano.
En este movimiento
dos preguntas son claves para mantenernos en ruta y renovarnos:
¿hasta qué punto podemos hacer cambios en nuestra vida sin dejar nuestra esencia en el camino?
y
¿hasta qué punto nuestra resistencia a hacer cambios puede acabar dañando la identidad que queríamos preservar? (ídem)
Para trata de dar respuesta
a estos dos interrogantes, es necesario comprender y descubrir nuestra esencia,
eso que nos hace distintos y únicos, la rúbrica divina que ha impreso el
Creador en nuestra vida. Esa vocación que siempre está presente en todo lo que
hacemos y deseamos, esa motivación e inclinación permanente para estar haciendo
aquello que nos gusta y que disfrutamos; ese instante donde las horas no pasan
y nuestros ser está conectado con el infinito y éste con nosotros.
En este contexto, se
construye igualmente la identidad, esa lectura personal y emergente del ser
humano que lo identifica y le da un puesto en el mundo. Nuestra identidad, es
la revelación permanente del ejercicio de nuestra esencia, las características
que se proyectan hacia el exterior de una realidad que vibra y se moviliza en
el interior. La identidad es la respuesta a las exigencias del mundo, cuando te
interroga sobre qué te hace una persona distinta, en una sociedad que quiere
personas “estandarizadas”.
La esencia y la
identidad, son los elementos que deben marcar las reflexiones sobre los
cambios, sobre las transformaciones que se hacen en tu entorno. Si es en el
contexto organizacional, debes advertir aquellos movimientos que atenten contra
estos elementos, para comprenderlos en su intencionalidad, pero no compartirlos
en su implementación. Todo aquello que quiera socavar o doblegar tu identidad o
comprometer tu esencia, son signos de afrentas contra tus propios sueños, una
campaña que quiere someterte a la inercia de lo que “todos dicen” y “que es lo
mejor para ti”.
Si es en el contexto
social, la vigilancia debe ser permanente, pues existen siempre corrientes
sutiles que, como una fuga de gas propano en un recinto cerrado, te van
envenenando a plazos, sin advertencias específicas y doblegando tus propias
ideas y corrompiendo el fundamento de la esencia de los retos individuales que
implica “ver de forma diferente” y tener la valentía, no de pensar “por fuera
de la caja”, sino atreverse a construir una nueva.
Mantener la esencia
de lo que somos y la identidad de aquello que hacemos, es un reto en una
sociedad, que como la actual, quiere personas cómodas, que hacen lo requerido
para mantener un sistema, que dan gusto a las doctrinas más aceptadas por todos
y que construyen sus ideales sobre la inercia y extraña tranquilidad que se percibe
al ser parte de una caja definida y confinada por intereses particulares,
muchas veces desconocidos.
Cuando adviertas los
cambios en tu vida, conecta tu esencia e identidad, con la renovación necesaria
para asumirlos, dejando que fluyan como el agua, “que penetra el suelo,
limpiándolo de la suciedad, regando plantas y dando vida a todos los seres que
la habitan sin dejar de ser ella” (ídem).
El Editor.
Referencia
Soler, J. y
Conangla, M. (2014) Las veinte perlas de
la sabiduría. Hacernos sabios antes de envejecer. Barcelona, España: Lectio
Ediciones