Se dice que estamos
entrando en la Cuarta Revolución Industrial, aunque algunos académicos indiquen
que no sea el mejor término para denominar esta nueva etapa de la humanidad,
donde la información y el conocimiento se constituyen en la moneda real del valor
y conquista de las nuevas fronteras económicas y empresariales del mundo.
La información un
elemento configurado alrededor de intereses particulares, que busca establecer
una lectura específica de la realidad, para tomar decisiones que permitan
alcanzar una ventaja en el escenario global, y el conocimiento, la movilidad
permanente de la información, como categoría emergente, resultante de resolver
preguntas alrededor del “cómo” se hacen la cosas; son dos hechos que movilizan
el entender y el saber de la humanidad hacia linderos antes desconocidos.
La educación actual,
si bien se encuentra en transición de la escolaridad hacia una movilidad, donde
la incertidumbre y la inestabilidad se constituyen como la fuente del currículo
real, está preocupada por construir referentes de información y respuestas a
preguntas conocidas, impactando la capacidad de innovación y creatividad de sus
clientes. En este sentido, se hace necesario acelerar las posturas novedosas de
los que se arriesgan a crear el incierto y la ambigüedad en sus aulas de clase,
para movilizar el pensamiento hacia la construcción de escenarios y realidades
inéditas e inexploradas.
El conocimiento no
puede ser sólo la experiencia que se concreta en un aula de clase, sino el
fluir permanente de la mente humana sobre las olas de aprendizaje a las cuales
se encuentra expuesto, esa condición natural de construcción de mundos
emergentes que provocan desencuentros con las prácticas conocidas, para
deconstruir lo que hemos aprendido y reconocer las nuevas oportunidades para
crear ganancias teóricas que hacen mover la línea del saber.
Si bien como anota
el profesor Calvo (2016, p.160), “la
incertidumbre y contradicciones nos confunden en la escuela, pero nos orientan
fuera de ella”, es necesario pasar la página de los eventos y problemas
conocidos, para asumir una educación fuera de las aulas, como una oportunidad
complementaria de la formación humana. Una apuesta que nos saque del dominio de
la causalidad, de las explicaciones definidas y de la inercia de las respuestas
pedagógicas tradicionales.
El conocimiento como
fundamento de las relaciones de la sociedad del siglo XXI, debe conjugar la
teoría y la práctica, establecer una ruta convergente que enlace las
formalidades de los académicos, con las posibilidades de los empresarios, de
tal forma que la empresa se convierta en un escenario privilegiado de aprendizaje
permanente y la academia un habilitador de nuevos negocios en la práctica de
los empresarios. Esta doble realidad conecta la inestabilidad del entorno de
negocios y de los conceptos aprendidos, como fundamento para romper el
aislamiento y prevención tanto de la academia para la empresa y viceversa.
Así las cosas,
información y conocimiento como posibilidades de conquista plena del ser
humano, al servicio de su comunidad, establece una fuente real de oportunidades,
no solamente de “saber hacer”, sino de “saber ser”. En este sentido, esta nueva
revolución empresarial basada en un mundo digitalmente modificado, no deber ser
óbice para enriquecer y desarrollar el potencial humano, ese que supera el
cumplimiento de tareas empresariales y es capaz de cruzar el umbral del confort
social, para concretar aprendizajes que modifiquen sus actitudes actuales y
potencien nuevas capacidades futuras.
El Editor
Referencias
Calvo, C. (2016) Del mapa escolar al territorio educativo. Disoñando la
escuela desde la educación. La Serena, Chile: Editorial Universidad de la
Serena.