La tradición
educativa desde sus inicios ha estado basada en una vista mecanicista de la
educación donde el aprendizaje se concibe como un proceso de adquisición de
conocimiento, una dinámica que entiende al aprendiz como un “contenedor”, que se moldea y se le incorpora una serie de información que debe ser capaz de usar y
aplicar a nuevas situaciones.
Esta lectura de la
educación ha sido marcada por una conceptualización de la empresa equivalente, que
entiende el proceso de negocio como una línea de producción, donde la
especialización del trabajo, demanda que cada persona en su parte específica,
sepa usar la información que ha recibido y la practique en el momento y espacio
justo del proceso mecanizado.
La revolución
industrial de principios de siglo XX establece los normales de la formación de las personas, permitiendo
exclusivamente una vista del mundo ajustada a sus necesidades y retos, sin
reparar en los cambios del contexto, ni en la sensibilidad del entorno, lo que
fue incubando una obsolescencia del conocimiento adquirido y la limitación de
la acción de la fuerza de trabajo, que con el tiempo hizo crisis y quebró los
esquemas sobre los cuales se fundaron los procesos de formación en el trabajo.
Lo anterior define
un sistema cerrado, que sólo entiende lo que sus propias reflexiones le
orientan, dejando de lado las interacciones con el entorno, los cambios
relevantes en su sector de negocio y la renovación de sus supuestos de acción,
los cuales fueron construidos sobre una realidad conocida, estable y
estructurada, que contrasta hoy con una lectura del mundo volátil,
incierto, complejo y ambiguo.
En razón con lo
anterior, se hace necesario reconocer la dinámica del cambio, la incertidumbre,
la complejidad y la inestabilidad, como los nuevos normales de los procesos de
formación personal y empresarial, habida cuenta que los enfoques educativos se
ajusten con esta realidad donde el error, no sea ocasión de castigo; las aproximaciones
alternativas, no sean ocasión de censura; el romper con las estructuras
impuestas, no sea motivo de indiferencia y que las contradicciones, no sean
causa de rechazos sociales.
Si entendemos, como
afirma Varela (1977, p.177), que el “conocimiento
es el resultado de una interpretación que emerge de nuestra capacidad de
comprensión”, estamos reconociendo la relación inherente que cada persona y
organización tiene con su entorno y, por la tanto la riqueza conceptual y
analítica que se tiene para repensar todo aquello que hacemos. En este sentido,
como afirma Gros (2008, p.54), “el conocimiento
no sólo se construye de forma individual en la mente del sujeto, sino que hay
una construcción dinámica y cambiante de origen social y cultural”.
Así las cosas, el
mundo actual demanda superar la parcelación de saberes y disciplinas, con el
fin de tender puentes entre las diferentes aproximaciones sobre un mismo reto, habilitando
nuevas posibilidades para los individuos más allá de su presente inmediato.
Esto supone, establecer un escenario psicológicamente seguro donde experimentar
y motivar aprendizajes diferentes, con el fin de demostrar, como afirma Colom (2002,
p.31) “que la realidad no es exactamente
como la vemos y menos aún como nos la cuentan”.
Referencias
Colom, A. (2002) La (de)construcción del conocimiento
pedagógico. Nuevas perspectivas en teoría de la educación. Barcelona,
España: Ed. Paidos.
Gros, B. (2008) Aprendizajes, conexiones y artefactos. La
producción colaborativa del conocimiento. Barcelona, España: Editorial Gedisa.
Varela, F.,
Thompson, E. y Rosch, E. (1997) De cuerpo
presente. Las ciencias cognitivas y la experiencia humana. Barcelona,
España: Editorial Gedisa.