Dicen que la actitud lo es todo
en la vida, que no podemos pensar sin tener un referente, modelo o concepto
presente, que todo aquel que no avanza en la vida, retrocede; expresiones que
nos hablan de una forma de entender nuestro entorno para dar cuenta de los
retos que debemos superar y así motivar las transformaciones que se requieren
en el mundo.
Según reconocidos teóricos, la
actitud es “una predisposición aprendida
para responder consistentemente de un modo favorable o desfavorable con
respecto a un objeto social dado”, en este sentido podemos afirmar que la
actitud es una manifestación que se aprende, que se entrena para procurar
cambios en las personas y movilizar esfuerzos que hagan que las cosas pasen.
Tener una actitud adecuada o
cambiar la actitud en otros, es un ejercicio no sólo de capacidad de
convencimiento, sino de transformación positiva de la evaluación afectiva sobre
los resultados con ocasión de una conducta particular. Esto supone, que debe
haber un juicio reflexivo de la acción, que esta mediado por lo que se espera
de una persona de acuerdo a un referente normativo institucional o de un grupo
de personas, relevante para el individuo que la ejecuta.
En consecuencia, la
intencionalidad de la acción individual estará orientada por la actitud para
responder y actuar de manera adecuada frente a situaciones que son sensibles al
contexto en el cual opera. Lo anterior, nos indica que mientras más comprenda
su contexto y las realidades circundantes, mejor información tendrá para actuar,
basado no solamente en función de su marco normativo, sino en sus creencias o
convicciones.
Si bien anotan los académicos que
“las actitudes tienen la función de
exaltar el concepto que el sujeto tiene de sí mismo”, es la realización misma
de sus acciones las que manifiestan sus capacidades para llevar una situación o
contexto de una condición inicial a otra totalmente diferentes, generalmente de
mayor valor y relevancia tanto para él como para su entorno. En esta línea, las
actitudes afirman al individuo sobre sus posibilidades y no sobre sus
probabilidades.
Así las cosas, los especialistas
concluyen que “las actitudes de un sujeto
son marcos o cuadros de referencia que le ahorran tiempo para organizar el
conocimiento, tienen consecuencias para la conducta, posibilitan la adaptación
al grupo para conseguir con mayor facilidad los objetivos que desea”. Esto
es, una actitud define la forma como un individuo es capaz de sortear las
inestabilidades de su entorno y cómo se sobrepone a las dificultades para darle
sentido a sus metas.
Medir si las actitudes de una
persona han cambiado frente a un diagnóstico base, demanda un proceso de
autoevaluación, que consultando los resultados de sus acciones,
responsabilidades y capacidades intelectuales, es posible determinar el
aprendizaje que se ha tenido respecto de sus conductas iniciales, como quiera
que siendo un proceso de construcción de significados internos, recaba sobre el
contexto de la persona y su realidad
circundante.
Educar la actitud es un reto individual
de aprendizaje, que reclama una postura crítica de cada ser humano, para
superar sus propias limitaciones y circunstancias personales y dar cuenta de su
realización, más allá de logros y reconocimiento profesionales y académicos.
El Editor
Referencia
Escámez, J., García, R.,
Pérez, C. y Llopis, A. (2007) El
aprendizaje de valores y actitudes. Teoría y práctica. Madrid, España:
Editorial Octaedro-OEI.
No hay comentarios:
Publicar un comentario