Resulta revelador encontrar una
reflexión de un académico de una las facultades de administración más
prestigiosas del mundo como el IESE, afirmando:
“¿Qué sentido tiene el conocido principio “maximizar el valor para el
accionista” como objetivo de las actividades de la empresa si ese valor incluye
aprendizajes que el accionista no está en condiciones de aprehender? ¿Cómo
puede un accionista considerarse propietario del conocimiento de los empleados
de su empresa y hacerse con su valor, que, por otro lado, tiende cada vez más a
ser parte importante de las ventajas competitivas de las empresas?” (Andreu,
2014, p.14)
Esta afirmación plantea una
tensión interesante frente al modelo actual que las empresas repiten de manera
general en sus discursos estratégicos. Pone de manifiesto, que las personas son
el fundamento de la vida de las organizaciones, que sus interacciones definen
lo que ella es y no solamente son operarios de una realidad empresarial, sino
la fuente de la transformación de los resultados y sus logros.
El doctor Rafael Andreu, introduce
el concepto de valor completo, donde se vincula el valor económico natural de
las empresas con la expresión denominada “huellas”. Mientras el primero se
construye a partir de una dotación de recursos que alguien ha aportado o que la
empresa ha adquirido y que por tanto implican un costo para ella; las segundas nos hablan las interacciones y
aprendizajes que las personas tienen, tanto a nivel interno como externo, como
ejercicio de convivencia y descubrimiento permanente del otro, que le permite a
la empresa movilizar sus actividades y resultados.
Esta elaboración conceptual nos
sorprende, en el contexto actual de la dinámica de las empresas, como quiera
que las personas como tal, si bien, están consideradas dentro de la gestión de
la organización, no se había presentado una vista complementaria como esta que,
reconoce las “huellas” que puede dejar toda la operación de una organización en
las personas, que como advierte el académico, impacta en el mediano o largo
plazo la salud de la organización y su modelo de generación de valor.
El profesor del IESE define dos
tipos de huellas que las organizaciones dejan en las personas, las huellas
positivas y las negativas. Las negativas generan “una degradación de alguien
como persona por el hecho de tratarla como algo inferior a lo que es” y las
positivas, “si al menos no degrada a nadie y, además, idealmente, potencia a
alguien como persona”.
En razón con lo anterior, el
profesor Andreu, advierte a los ejecutivos de las empresas de los efectos de
privilegiar las huellas negativas en las organizaciones, toda vez que no sólo
disminuye el valor completo creado, sino que compromete las capacidades de la
organización para sobrevivir en el mediano y largo plazo. Esto es, degrada la
dignidad de las personas, creando cicatrices en su espíritu y laceraciones en
su sentido de pertenencia que generan efectos no deseados, creando agendas
ocultas que son corrosivas de las metas empresariales.
Así las cosas, si en nuestra vida
solo privilegiamos los valores económicos y son ellos los rectores de nuestras
conductas y retos, estaremos minando la exaltación del espíritu y de lo
trascendente, que nos hace responsables de la degradación de nosotros mismos,
no solamente por el vacío que esta práctica produce, sino por la pérdida de la
capacidad para aprender y dejarnos sorprender por los retos que nos impone la
incertidumbre y asimetría de la dinámica empresarial moderna.
El Editor
Referencia
Andreu, R. (2014) Huellas. Construyendo valor desde la empresa.
Barcelona, España: Ed. Dau.
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