Anota el jesuita Benjamín
González: “Cada imagen que recibimos se
edita dentro de un guión que responde a intereses ajenos, y se engasta dentro
de proyectos diferentes, de fuerzas que luchan entre sí por el control político,
por una parcela más grande de mercado o por un puesto protagónico de estrella
brillando en el universo negro de la noche ciudadana”, esta expresión
refleja muy bien el poder de la publicidad y los medios para configurar
imaginarios que se vuelven referentes para las personas.
Parecen inofensivos y hasta
normales los comerciales, las fotos, los videos o juegos informáticos en el
contexto de una sociedad digital y con información instantánea. Sin embargo, al
igual que las “apps” de los móviles inteligentes, que de manera silenciosa,
esconden en sus funcionalidades acciones que son abiertamente violatorias de
los derechos de la persona, los comerciales cuentan una agenda particular que
quieren instalar en nuestro imaginario colectivo.
No hace mucho tiempo se revelaban
los mensajes subliminales que tenían las pautas comerciales con fines
abiertamente lucrativos, los cuales motivaban de manera subconsciente el gusto
por algún producto o servicio. Si bien estas prácticas, posiblemente se siguen
usando, ahora con un mundo interconectado y de alto contenido multimedial, la
expansión de los mensajes y agendas comerciales en nuestros colectivos se hace
cada vez más evidente.
En este sentido, como anota el
sacerdote jesuita, nuestra experiencia con la realidad es muy distinta, pues
nuestros sentidos posiblemente se han venido sensibilizando frente a significados
e imaginarios implantados, los cuales nos limitan para alcanzar lo que en
realidad sucede. Es como una capa envolvente que nos entorpece apreciar y
comentar con claridad, como quiera que nuestro discurso se ha moldeado y
resulta complicado saber quiénes somos y a dónde querríamos llegar.
En este contexto, el desafío
consiste en proyectar nuestra imagen auténtica de quienes somos, encarnar
nuestra propia realidad con el otro, recuperar la semejanza con nuestro
Creador, para reconectarnos con nuestra esencia divina, que es cada momento
desdibujada por el afán del mundo moderno, los distractores electrónicos, la
conexiones instantáneas y la necesidad de eficiencia que no deja espacio para
pensar, analizar y meditar.
Comprender que somos verdaderas
imágenes de nuestro DIOS (cualquiera sea la idea que tengas de él), nos demanda
ver, el observador que somos, para advertir las estrategias de mercadeo y
mensajes implantados que nos desvían de nuestro camino y descubrimiento de
nuestro potencial. Los medios están y estarán allí, como quiera que hacen parte
de la dinámica de los negocios actuales, sin embargo debemos tomar la distancia
necesaria para que reconocerlos y limitar su acción en nosotros hasta donde sea
posible.
Así las cosas, debemos entrenar
nuestra mirada, para entrar en sintonía con el otro, con ojos limpios que no
desfiguren nuestra imagen, ni la del otro, para reconocer allí el significado
de una declaración impresa en nuestro espíritu, que se renueva momento a
momento cada vez que levantamos nuestros ojos al cielo y sentimos la mirada
tierna de aquel que nos ama sin límites y sin agendas ocultas.
Referencia
González, B. (2006) “Ver
o perecer”. Mística de los ojos abiertos. Polígono de Rao, Cantabria.
España: Sal Terrae.