En un mundo
altamente competitivo y lleno de permanentes desequilibrios, encontrar un lugar
para pensar y reflexionar es una tarea retadora, y resulta contradictorio,
frente a las velocidades que nos imprime estar al día, cumplir con lo que exige
el cargo que se desempeña y la necesidad de “parecer” estar ocupados.
En este sentido,
pareciera que el conocimiento y la experiencia, entraran en una ruta frenética de
actualización permanente que les impone estar alineados y ajustados con
cualquier reto que se presente, tanto en la vida laboral como en la vida
personal; como quiera que si no se hace, se hará evidente la obsolescencia del
individuo y comenzará a desvalorarse su perfil, su empleabilidad; una pérdida
de su encanto profesional.
En la vida los
educadores nos dicen que debemos mantenernos aprendiendo y renovando nuestros
saberes, buscando mantener el ciclo virtuoso de crecimiento intelectual,
personal y espiritual, que genere valor y pertinencia al colectivo del cual
hacemos parte. Lo que en el contexto académico se denominan “competencias”, que no
es otra cosa que “la caja de herramientas” que cada persona tiene para
potenciar sus habilidades y descubrir cómo, en el encuentro con el otro, es
capaz de sorprender y anticipar el futuro.
Las competencias
específicas, anota Tobón (2013, pág.119), “son aquellas propias de una
determinada ocupación o profesión. Tienen un alto grado de especialización, así
como procesos educativos específicos …”, esto exige una preparación y actualización
continua, habida cuenta que el entorno cada vez se mueve más rápido y nos
demanda respuestas más oportunas, más ágiles, menos complejas y ajustadas a los
requerimientos, y preferiblemente generosas en creatividad.
Lo anterior, nos
ilustra que cada vez más se requiere una mirada más holística de la realidad,
más sistémica y transdisciplinar. Esto es, una reflexión más conectada entre
disciplinas; desde diferentes puntos de vista, con el fin de enfrentar el reto
de la incertidumbre, como fundamento del contexto corporativo y de los modelos
educativos, que permita forjar las nuevas generaciones de profesionales, para
que sean capaces de moldear y ajustar “su propia caja de herramientas”.
No podemos negarnos
a vivir actualizados en el ejercicio de la profesión, hacerlo, sería cavar día
a día la muerte laboral o comprometer la empleabilidad en el mediano y largo
plazo. La obsolescencia del conocer, contrapone la esencia del ser. Esto es, el
individuo, ese ciudadano educando debe identificar cómo evolucionan los
estándares de reconocimiento social, generalmente basados en capacidades
financieras, políticas, sociales y académicas, para ajustar su lectura del mundo
y permanecer en sintonía con el sistema que lo envuelve.
Así las cosas,
competir en un mundo donde sólo los más aventajados tienen las oportunidades,
donde ayudar al que se queda en la vera del camino, es retrasarse; o motivar a
quien no tiene ilusiones o sueños, es una pérdida de tiempo, supone una
contradicción que debe enfrentar el modelo educativo actual, que debe buscar no
solamente una formación intelectual sólida y relevante, sino reconectar al ser
humano con su propia historia, con sus propios anhelos y deseos, para que pueda dar
lo mejor de sí y de esta forma descubrir al otro.
El Editor
Referencia
TOBON, S. (2013) Formación integral y competencias.
Pensamiento complejo, currículo, didáctica y evaluación. ECOE Ediciones.
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