Revisando el reciente libro
de Ismael Cala, “El poder de escuchar”, una de las cosas importantes que
resalta es nuestra capacidad de descubrir “quiénes somos”, esa búsqueda
permanente de entrar en un viaje personal para superar nuestras propias
opacidades y cortar la maleza interior, que no deja brillar el ser que somos y
para lo cual hemos venido al mundo.
En el desarrollo de uno de
sus capítulos, invita a encontrar el significado del nombre de cada persona,
una excusa para orientar esa búsqueda personal para ir en profundidad de lo que
somos, pues muchas veces allí se esconde parte del secreto de la bondad divina
que yace en nuestras vidas. Cuando te nombran, declaran la esencia de la
persona en el mundo, te identifican y te adhieres a la forma misma que describe
cada letra de tu nombre.
Tener un nombre es tener una
identidad, es participar de manera activa en la realidad del mundo, es la
proclama de una expresión real y evidente que trae a la humanidad, la fuerza y
el poder de una visión, de un camino, de una promesa divina, de unos sueños que
vibran dentro de cada ser humano. Lo que hay detrás de un nombre, es un decreto
divino para movilizar el reino de tu Creador y la declaración de su gobierno
sobre nuestras vidas y nuestros deseos.
Cualquiera sea tu nombre,
cualquiera que sea tu profesión u oficio, tienes en ti la vocación de la vida
trascendente, tienes el derecho a elegir de qué color quieres pintar tus
paredes interiores: de esperanza, de valor, de amor, de fe, de compromiso, de
perseverancia, de mansedumbre, de gracias, de bendiciones, en fin de cualquier
tono que te permita iluminar tu casa permanente, como motivo para continuar
creyendo que siempre es posible hacer que las cosas pasen.
Tu nombre es la marca que has
recibido para conquistarte a ti mismo, para hacer méritos propios en el
ejercicio de tu vida diaria, para reconstruir esa comunicación abierta y
receptiva que todos debemos tener con nosotros mismos. Escuchar tu nombre,
verlo escrito es declarar que el universo nos reconoce como parte de sus
propias fuerzas, como parte del poder transformador y como eje central de la
victoria que cada uno tiene sobre sus deseos propios o tendencias mezquinas.
Tu nombre comunica, establece
una relación tácita y explícita con la otra persona, tanto que es capaz de
movilizar en su interior sentimientos y expresiones que son expuestas bien en
las conversaciones, o bien en su lenguaje no verbal. Tu nombre es la puerta de
entrada a la común unión con los otros, la forma como desarrollamos el “músculo”
de la amistad, del encuentro y del silencio. Tu nombre es la oportunidad para
experimentar y tocar la vida del otro, aún no lo conozcas.
Recuerda siempre que, al
escuchar tu nombre, se abren nuevas posibilidades para responder a los retos
del mundo, se renueva el bautizo celestial que nutre y define nuestra capacidad
para transformar, confirmando así, lo que decía Galileo Galilei: “(…) las
respuestas que buscamos, no están fuera, sino dentro de nosotros mismos”.
El Editor
Referencia
CALA, I. (2013) El poder de escuchar. Penguin Group.