Bueno, Nuevo y Abundante tres
palabras que deberían ser nuestra forma de manifestarnos con el mundo, tres
palabras que hablan de lo que hay en nuestro corazón, de lo que nuestras vida
debe expresar. Hablar de bueno, nuevo y abundante es hablar de la forma como
nuestro Creador nos trata, de la forma como un padre generoso se relaciona con
sus hijos.
Lo bueno es todo aquello que
nos permite encontrarnos con la divinidad, con lo santo, todas aquellas cosas,
acciones o personas que han descubierto la forma de vencerse a sí mismas para
trascender de lo puramente material y perecedero, a lo espiritual e no
perecedero. Todo aquello que es bueno, no es envidioso, ni mentiroso, es
auténtico y vibra con la verdad, esa que se encuentra en el corazón de los
hombres desde el inicio del mundo.
Lo nuevo nos habla de
renovación, de innovación, de la reinvención de lo que somos, de la
transformación del hombre viejo en el hombre nuevo, de la nueva oportunidad que
nos damos a nosotros mismos para superar nuestras propias metas. Lo nuevo no es
aquello que se saca por primera vez de su empaque, es la manera como mudamos la
piel de las cosas pasadas y cortamos las caparazones de la envidia, la codicia
y la pereza, para exhibir las fuerza que nos da la fe, la esperanza y el amor.
Aquello que es abundante, es
generoso, es desbordante, es donación a manos llenas, es la forma como se
manifiesta la gracia para aquellos que practican lo bueno. La abundancia del
corazón, es la manera cómo podemos recibir la abundancia de la fe, la
abundancia del amor y la abundancia de la caridad. Una vida en abundancia es
una vida en la presencia de los que se renuevan a sí mismos y superan sus
propias limitaciones.
Así las cosas, el trinomio de
bueno, nuevo y abundante es una declaración que hacemos frente a la divinidad,
para invocar en nuestras vidas, la esencia de la transformación humana, la
conquista de nuestras iniquidades y la renovación de nuestro votos de
perfección en medio de un mundo imperfecto y lleno de inclinaciones terrenales.
Lanzarnos a encontrarnos con la esencia de DIOS, es aventurarnos a desarrollar
un modelo de negocios donde los activos son nuestros talentos y los ingresos
nuestras obras.
No podemos pasarnos la vida
pensando de manera reducida, agotada y no santa, pues corremos el riesgo de
convertirnos en aquello que no queremos, en aquello para lo que no fuimos creados,
en los esclavos de la creación. Por tanto, el llamado en los tiempos modernos
es arriesgarnos a conocer aquello que nos lleva a la virtud, a reconocer en
la luz de la fe, el camino que nos renueva y nos permite entrar en la
abundancia de los hijos de DIOS.
Busca en tu interior y
encuentra la sintonía con la frecuencia divina, esa misma que en la bodas de
Canaán transformó el agua en vino, hizo la voluntad de su Madre y se entrega
cada día para tu y yo seamos vida para los demás. Un encuentro real de lo
invisible, que se manifiesta en cada mirada, cada sonrisa y cada palabra para
que sea el otro diferente que vive fuera de sí y pleno para DIOS.
El Editor
Cada día recibimos de parte de nuestro Ser Supremo la abundancia de la vida. Cada día, Dios nos da un nuevo día, nos regala en su inmensa sabiduría, un nuevo amanecer, nuevas riquezas, para que, obrando a través de su misericordia, regalemos a los demás pate de la divinidad de la que hemos sido objeto. Por ello, el trinomio que nos brinda Nuestro Señor cada amanecer, cada anochecer, cada instante de nuestras vidas, debemos ofrecerlo de manera que podamos compartir con los demás, ese nuevo ser que es generado cada vez que respiramos y que es dado en abundancia por el Ser Supremo.
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