Fin de año, fechas de reflexión para hacer síntesis de lo que ocurrió en el año. Cada vez que se hace muchas cosas aparecen: aquellas que no se hicieron, otras que se enredaron con los días, esas que queríamos y los afanes no las permitieron, y por supuesto las que se hicieron bien y llenaron nuestras expectativas. Terminar un año es hacer una evaluación de lo que nos propusimos y logramos, de lo que se planeó y se logró, de lo que se deseó desde el inicio y se alcanzó. Igualmente, una revisión de aquello que quedó pendiente y que posiblemente pase para el siguiente año.
Este tiempo es para detenernos, mirar hacia atrás, ver el camino recorrido y los retos superados, así como para mirar hacia adelante, para expandir los que hemos alcanzado y encontrar nuevas formas de mantenernos fuera de la zona cómoda. Mirar al futuro es una apuesta en el incierto, es lanzarnos a conquistar nuestros temores sobre lo que vendrá y abrirnos a la aventura de construir ese momento que queremos disfrutar más adelante. Explorar en el incierto implica pasar por la zona incómoda del “no saber” y el desafío que implica desconectar y desinstalar lo que hemos aprendido.
Reconocernos en este punto y hora del año, es saber que hemos aprendido, desaprendido y reaprendido muchas cosas, que no somos los mismos que iniciamos en enero de este año, que hemos mudado muchas veces de piel y transformado nuestras propias realidades, y posiblemente la de muchos otros. Llegar al final del año, es dar gracias a tu referente sagrado por la vida, por el entusiasmo, por el amor, por la fe y la esperanza que se mantuvo firme a pesar de los momentos de turbulencia y las debilidades naturales de nosotros los humanos.
Las últimas horas del año que termina, son la cuota inicial del que comienza, la agonía de aquellos instantes que nos hace recordar los logros y los momentos especiales que se vivieron, e igualmente los encuentros y desencuentros que se materializaron a lo largo de estos 366 días. Un año bisiesto lleno de tensiones e inestabilidades que nos enseñaron a reconocer mejor las señales del entorno, a explorar posibilidades donde otros ven solo probabilidades, a creer más en lo que podemos hacer que en saber que probabilidades tenemos para lograrlo. Un año de apertura para creer, crecer y saber que aún tenemos mucho que aprender.
Terminar un año no es sólo una fecha más, es el escenario donde podemos ver la impronta de lo que hicimos en el mundo, de divisar las vidas que impactamos, los momentos que logramos, las experiencias que vivimos y los temores que superamos. Es tiempo de ver, que aquello que antes era imposible, ahora es posible. Es ver caminos nuevos en medio del mar de los inciertos, es calcular nuevas rutas y destinos que dejan la orilla de las certezas para navegar y alcanzar nuevas profundidades, nuevos horizontes y rutas que nos lleven a superar lo que hemos alcanzado y forjar las nuevas competencias que necesitamos.
Concluir ese viaje de la tierra alrededor del sol, es iniciar una nueva transformación personal que nos lleve a hacernos otros distintos, que dejando atrás los reconocimientos, logros y premios, nos concentremos en renovar nuestras fuerzas, la caja de herramientas y afilar la sierra para hacer de los próximos 365 días una experiencia siempre nueva, siempre viva, siempre renovada, donde cada día sea una razón para superarnos a nosotros mismos.
El Editor
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