Cuando se revisa la etimología de la palabra “navidad”, se encuentra que viene del latin “Nativitas”, y esta expresión se compone de dos elementos “nato” que se traduce como “nacer” y “tivus” que indica “cualidad”, lo que en últimas podríamos decantar como “cualidad de nacido”. La navidad nos habla de nuestra “cualidad de nacidos” y particularmente en estos momentos cuando se hace necesario “re-nacer”, refrendar nuestra “cualidad de nacidos” luego de este escenario de incertidumbre y fragilidad humana.
La natividad es la expresión de la vulnerabilidad, de la inestabilidad y de la debilidad humana. Ese camino de esperanza que se recorre orientado por una luz que nos viene de lo alto y por la fe que ilumina y enciende el corazón. El reconocer nuestra “cualidad de nacidos” es recordar el “si” de nuestros padres, la gracia de la maternidad de una mamá y al amor responsable y generoso de un papá. Esta “cualidad de nacidos” nos debe recordar que somos seres necesitados, y al mismo tiempo, habilitados para apoyar a otros, una doble exigencia que debemos aceptar y concretar en todo lo que hacemos.
Esta natividad es diferente. Es una donde los abrazos se extrañan, las reuniones se echan de menos, el compartir se vuelve una necesidad más allá de las manifestaciones de cariño y afecto que nos permite la tecnología. La vida sin contacto que nos impone la realidad actual, es la ocasión perfecta para valorar aquello que no vemos, aquello que sentimos y aquello que transmite una mirada, una palabra, una sonrisa, un “te quiero”, un “gracias”.
Es volver al origen de nuestra “cualidad de nacidos” donde nos reencontramos con nosotros mismos, con aquello que la prepotente humanidad nos ha desplazado, que es la humildad y la experiencia de fragilidad, que nos permite vernos tal cual como somos, como ese niño en el portal, que siendo “el dueño del Universo”, se hace el ser más vulnerable, dependiente y necesitado para mostrarnos que el mundo no es de los que son importantes para la sociedad, inflexibles en sus determinaciones y desafiantes en sus apuestas, sino de los que a pesar de las inestabilidades e inciertos, siempre encuentran un lugar para “nacer”.
Natividad es darnos la oportunidad de volver a nacer. Esto es, por un lado, revisar en retrospectiva todo aquello que veníamos haciendo, cómo lo estábamos haciendo y que impactos estábamos causando, por otro analizar en perspectiva lo que ocurre en la actualidad, los retos que se nos plantea y la acciones que vamos a tomar para transformar el momento, y finalmente en prospectiva, para ver las alternativas y posibilidades que podemos plantear, los ejercicios y prototipos que podemos desarrollar, y sobremanera la forma en que vamos a decidir para hacer que las cosas pasen.
Natividad es tiempo de recordar que el “nacer” significa abrirse a la novedad, al incierto, a la inestabilidad y los cambios, y al mismo tiempo es momento para creer, para confiar, para esperar, para descubrir y avanzar sobre un territorio que se devela conforme nos damos la oportunidad de recorrerlo. La natividad no es un tiempo de tristeza, ni de ilusiones, ni de promesas vacías, es tiempo de confiar en el abrazo providente de la luz de DIOS (cualquiera sea tu imagen que tengas de Él), en la magia del amor que abriga y calienta el corazón, y sobretodo, esperar todo lo mejor para nuestras vidas: prosperidad, salud, paz, generosidad, armonía y caridad, dones valiosos y exclusivos que abundan en la presencia de la divinidad que es celosa de su más bella creación: Tú.
El Editor
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