Reflexiones al terminar el año son frecuentes. Son momentos donde resuenan los logros al igual que los retos que no se superaron completamente. Este año particularmente ha sido inusual en todo lo que ha ocurrido, y quizá por ello, no deja de ser interesante y relevante para todas las personas, organizaciones y naciones. Haber vivido estos 366 días de este año bisiesto habla de la condición particular de los seres humanos de ser “humanos”, de ser “humus”, de ser tierra donde puede o no surgir el milagro de la “humanidad”.
Si bien las cábalas sobre los años bisiestos nunca son esperanzadoras, este se llevó todos los premios. Un año que puso a prueba todo lo que sabíamos, conocemos y exploramos en la ciencia médica. Un año que nos sacó de la zona cómoda del bienestar y libertad que tanto reclamamos. Un año que nos recordó la mayor bendición que podemos tener que es la salud. Un año que nos mostró lo frágiles y débiles que somos frente a las enfermedades. Un año que nos ilustró como los poderes globales y las tensiones políticas terminan con la confianza y supremacía de naciones.
Este año que termina es la prueba real de lo que somos como “raza humana”, donde todas nuestras limitaciones y egoísmos salieron a flote: mezquindad, sectarismo, segregación, invisibilización, ira, envidia, avaricia y soberbia, y al mismo tiempo, los sentimientos y virtudes más nobles y loables como son la solidaridad, la generosidad, la humidad, la inclusión, la fe, la esperanza, la nobleza y la consideración. Como se puede ver esta “raza” llena de contradicciones en sí misma, presente al orbe la esencia de lo que significa ser “humano” un manojo de complejidades interiores, que se adornan y matizan con un ramillete de “decisiones, virtudes y propósitos”.
Este año bisiesto es el signo que nos confirma como caminantes, que en la bella frase de Machado se traduce: “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Reconocer que somos caminantes que descubren cada día el camino y lo definen con sus propias decisiones, nos confirma como seres ecosistémicos, que estamos envueltos en relaciones con nuestro entorno (algunas conocidas y otras no tanto), con lo cual toda acción que materializamos, tarde o temprano tendrá un efecto real en todo el entorno.
Nadie tiene comprado o conoce el futuro, y por tanto, se hace necesario retomar las prácticas que se han acuñado en la literatura tanto para “proponer futuros alternos”, como para “imaginar futuros posibles”. En este sentido, la invitación es para “visualizar diferentes futuros” que nos permitan ver nuevas oportunidades con el fin de “crear aquello que queremos” y sobremanera, abrirnos a las posibilidades más que a las probabilidades.
Que los próximos 365 días, inicio de una nueva década (para algunos, pues para otros ya inició) sean un reto permanente para crecer en estatura humana y espiritual, como fundamentos básicos para reconocernos como “humanos” y ver al otro como “verdadero otro”, y desde allí, poder concretar todos los sueños e ilusiones que vamos a realizar para dar testimonio de nuestra capacidad de transformación y renovación como especie humana, a pesar de nuestras grandes sombras y nuestras pocas, y a veces, olvidadas virtudes.
El Editor.