Dos palabras pueden
pasar desapercibidas al expresarlas en un contexto específico y posiblemente
estemos hablando de dos cosas distintas. La modestia y la humildad
son dos virtudes distintas que nutren la esencia de la persona humana y la
adornan de forma especial en su forma de enfrentar y tomar la vida.
De acuerdo con el
pensamiento de Tomás de Aquino, la modestia
tiene que ver con el modo, la moderación y la austeridad, que cuida del orden,
el comportamiento y las relaciones con los otros (Oliveros, 2016). La modestia es una virtud que busca conectar
y balancear al “modus vivendi” del ser humano, para encontrar el justo medio de
su actuación, que concrete sus retos y oportunidades en coherencia con la
moderación de sus comportamientos para el logro de sus sueños y anhelos.
Una persona modesta
no es apocada, ni cabisbaja, por el
contrario, es un ser conectado con su interior, que descubre quién es y cómo
puede hacer las cosas, de tal forma que supera los miedos del “qué dirán” para
templar sus propios temores y motivar acciones que cambien la forma de hacer
las cosas. El modesto no deja que otros
ocupen su lugar, lo toma de la mejor manera, para construir y descubrir con su
prójimo lo mejor de su propio potencial para ponerlo al servicio de una causa
común, de un sueño colectivo donde todos tienen que aportar y todos tienen algo
que alcanzar.
De forma equivalente
la humildad aparece como esa otra virtud que adorna la vida de los seres
humanos. La palabra viene de “humus” que significa tierra, fertilidad que se
nutre de la fuerza misma del suelo. La persona humilde goza de tranquilidad y
seguridad interior (Ruiz, 2019, p.94), vive intensamente su propio proyecto de vida, teniendo muy
claro qué pueden hacer y saben cuándo pedir ayuda para continuar avanzando en
sus retos y descubrir oportunidades. El
humilde se nutre de su fuerza interior y su conexión trascendente, sabiendo que
su realidad establece su escenario de acción temporal, donde muchos tratan,
pero pocos insisten para alcanzar sus sueños.
Una persona humilde
no está sujeta a la consecución de bienes materiales, los utiliza en tanto cuanto le permitan alcanzar sus
objetivos y alimentar el vínculo sagrado propio de su espiritualidad (Catholic.Net,
s.f.). La humildad es un ejercicio que implica
aprender todo el tiempo de sus limitaciones, pero no quedarse en ellas. Es configurar
y desarrollar capacidad de aprendizaje que le abre nuevas oportunidades y
rumbos inesperados para aumentar sus habilidades, de tal forma que mantiene sus
pies en la tierra y su corazón en aquello que no se ve y espera. Ser humilde es
un proceso permanente de reinvención personal que tiene como propósito “mudarse”
a sí mismo.
La persona que practica
la humildad y la modestia constituye un grado de perfeccionamiento
personal que va más allá del ser humano promedio. No es un signo de perfección
o admiración, sino una exigencia permanente
de construcción y reinvención personal que mide y sintoniza sus comportamientos
y el modo de hacer las cosas, con las oportunidades permanentes de aprender y
superarse a sí mismo, de tal manera que el éxito en su vida, no son los
logros y reconocimiento que puede obtener, sino la estatura humana que puede
alcanzar desde su propia confianza personal, el reconocimiento de aquello que
no sabe y la fe transcendente que lo atraviesa desde que nace hasta que
abandona el plano real donde nos movemos y existimos.
El Editor
Referencias
Oliveros, E. (2016) La
virtud de la modestia y las formas corporales de expresión en Santo Tomás de
Aquino. (Tesis doctoral. Facultad de Teología). Universidad de Navarra.
España. Recuperado de: https://www.almudi.org/recursos/virtudes/morales/9781-La-modestia-en-el-pensamiento-moral-de-Santo-Tomas
Catholic.Net (s.f.)
Humildad. Portal Católico. Recuperado de: http:// https://es.catholic.net/op/articulos/56649/cat/1068/humildad.html
Ruiz, A. (2019) Ahora o nunca. Las cinco (5) claves para triunfar en tu carrera
profesional. Barcelona, España: Ed. Conecta.
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