Dicen que en los
desiertos pasan cosas interesantes. En los desiertos nacieron las religiones
más importantes del mundo. En los desiertos se corren las carreras más
retadoras y arriesgadas del planeta. En los desiertos se encuentran las temperaturas
más extremas, aquellas que producen insolación y otras que generan congelación.
Los desiertos son escenarios de reflexión y expectativa para muchas personas,
donde es posible que cada una de ellas experimente situaciones trascendentes
donde el encuentro consigo mismo siempre es posible.
Cuando los nómadas
caminan en el desierto, no van sin norte o perdidos bajo el sol incandescente sobre
las arenas, llevan un espíritu abierto a la sorpresa y la aventura, que les
permite estar alerta y en permanente aprendizaje sobre el entorno que le rodea.
Cuando ellos navegan en el desierto, ven en el horizonte diferentes posibilidades
y alternativas, descubren los secretos de los vientos y se encuentran con el oasis
de la alegría que registran en sus bitácoras.
Tener un desierto en
la vida, no significa ir perdido o desamparado, es encontrar ese momento de
meditación y reflexión que le permite al hombre encontrarse consigo mismo y
reinventar sus propios sueños. Los desiertos son signos de exigencia y
humildad, son caminos que descubren la esencia de lo que el hombre es, para
pasar de la oscuridad a la luz, de la desesperanza a la alegría, del temor a la
valentía, y sobremanera, de la vulnerabilidad a la ductilidad.
Los desiertos marcan
en el planeta signos de deforestación y erosión de la tierra. Para los hombres
los desiertos, son escenarios de renovación y encuentro. Son camino de apertura
de horizontes, de recarga de energía y de reconstrucción de verdades
aprendidas. Es el momento para ver la vida en perspectiva, no con tristeza o
desolación, sino con pasión y entrega, pues allí están delineados los caminos
alternos que se pierden en la inmensidad de sus arenas.
Cuando tienes la
oportunidad de conquistar el desierto, sabes que has abierto la posibilidad
para aprender/desaprender, has puesto en el asador de tu vida toda la carne de
tu conocimiento, de tus deseos y logros, así como tus desaciertos y aspectos
que no has podido lograr. En el desierto, no existen malos momentos, ni
equivocaciones, sólo lecciones de vida que logras capitalizar cuando sabes que
tu existencia se erige sobre la fuerza de tu fe, la perseverancia de la verdad
y la exigencia de tus convicciones.
El desierto es, entonces,
un lugar privilegiado para el hombre que busca constantemente su potencial, que
no abandona su proyecto de vida, sino que lo fortalece y lo renueva desde la
realidad que vive día a día. El hombre del desierto, no es un hombre penitente,
es un hombre de aventuras, en meditación permanente y abierto para comprender
las señales del camino. Un hombre que no teme verse tal cual es y sabe que los retos
del camino, sólo son los saberes necesarios para alcanzar los nuevos destinos
que la vida le tiene preparados.
¡ Vivir el desierto
en el mundo actual, es vivir como extranjero en tierra conocidas !
El Editor