“Lo que deseas estructura tu tiempo y las
actividades a que te dedicas. Lo que deseas no lo ves todavía, pero te preparas
para acogerlo …” (Fernández-Matos, 2013, p.147), palabras que definen la
manera como le damos sentido a nuestra vida, como movilizamos nuestros
intereses, como enfrentamos los momentos de verdad en nuestra existencia.
Nada más motivador
que visualizar aquello que deseamos, pues en la medida que lo tenemos presente
y nos conectamos con eso que queremos, se abren nuevas posibilidades para que
se haga realidad. Bien decía San Agustín, “si
piensa que lo que te van a dar es abundante, ensancharás al máximo tu bolsa
para que quepa más” (idem). Una declaración mental y vocal que abre y
descubre el poder de tu petición y sobremanera el de tu deseo.
Cuando el hombre no
vive dividido entre el tener y el poseer, sino que encuentra en su propia
debilidad la fuerza para continuar avanzando, todo su haber y saber se ensancha
para dar pasos agigantados, que superando el temor de su propia limitación,
descubre el potencial de su vida para entrar en el misterio de DIOS, donde todo
es posible para el que cree y se abandona en las manos de aquel “que nadie ha visto”
pero que se experimenta en cada momento.
En cada paso que se
da, se ensancha el deseo y la visión se hace más clara, lo que permite ser más
comprensivo y tolerante con aquellos que tienen otros modos de creer, con
aquellos que no comparten su sueño. En este ejercicio de generosidad, el hombre
entra en un diálogo interior, con ese interrogante que lo persigue en su
corazón y que no lo deja descansar, como ese llamado incesante de la divinidad
que lo invita a abrirse a aquello que no conoce y lo reta en sus saberes
previos.
“Escalar el monte de la “dichosa ventura”
exige dejar atrás el yo y atreverse a viajar a confines que se adentran en
noches oscuras” (Fernández-Matos, 2013, p.150), una aventura que te demanda
caminar por senderos desconocidos, para llegar al sitio que aún desconoces.
Nada en la vida se construye desde las certezas. Todo es una apuesta de
confianza, virtud y oración que permite al hombre dar respuesta a su propia
pregunta, olvidando los reconocimientos de otros, para encontrarse con los
retos que dan cuenta de su propio potencial.
Cuando el hombre se
abandona a la esencia de su propia capacidad y poder, se condena desde su propia
arrogancia. Por tanto, es necesario ser parte de una estirpe bienaventurada que
experimenta al Creador en todo lo que ve y encuentra en su camino, pues desde
allí es capaz de reconocer su propios inciertos, como la “orilla del DIOS”, para
entrar en los confines de la realidad y aceptar la invitación de la
trascendencia a dar pasos de gigantes, con voluntad inquebrantable y humildad
en el corazón.
Por tanto, “el hombre verdaderamente humano se atreve a
orar en los “confines del no saber”, y en ellos acaba por conocer que DIOS es
su orilla más allá de sí mismo …” (Fernández-Matos, 2013, p.155), una
respuesta que abre grietas en las murallas en los límites del hombre, para
revelar la luz que vive en su interior como cirio encendido, que aún quejándose
de lo que le ocurre en la realidad, es capaz de aventurarse a conseguir aquello
que imposible para el hombre y posible para DIOS.
El Editor
Referencia
Fernández-Matos, J.
M. (2013) Confines del hombre …¿orilla de
DIOS? Cantabria, España: Sal Terrae.
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