viernes, 22 de diciembre de 2017

Momento de balances

Llega la época del año para hacer evaluación de lo que se hizo, de lo que quedó pendiente y de lo que viene para el siguiente periodo. Este momento de validación de los propósitos, de los retos y los logros, establece una escena particular en cada persona, que implica verse a los ojos y decirse a sí mismo: cuánto lograste, qué tanto te has esforzado y qué cosas debes seguir desarrollando para llegar al nivel que quieres y que necesitas.

Hacer síntesis de lo que ha pasado durante 365 días, no es un ejercicio de sólo cosas positivas o sólo cosas negativas, es una oportunidad para observar el balance personal que cada ser humano ha efectuado para llegar hasta este punto del tiempo. Es claro que algunas cosas salieron como se esperaba, otras no tanto y unas, ni siquiera se dieron. Pero esto, es lo que hace que el momento de la rendición sea para crecer y aprender, para seguir corriendo la línea del desempeño logrado y lanzarse a un nivel de exigencia mayor.

Cada año vivido con intensidad deja huellas profundas en la experiencia humana. Cada momento vivido con “atención plena” transforma la manera como el hombre se ve a sí mismo y a los demás. Cada instante vivido con intencionalidad y foco, convierte personas ordinarias en seres extraordinarios. Por tanto, 365 días, no son momentos de 24 horas, sino espacios para construir sueños y construir experiencias, escenarios para capitalizar lecciones aprendidas y desarrollar alianzas para descubrir nuevas fronteras con otras personas.

Hacer una revisión de lo que ha pasado durante un año, no pretende hacer una lista pormenorizada de inversiones, gastos y utilidades, sino descubrir qué tanta estatura humana estuvimos dispuestos a lograr, qué tanta decisión tuvimos para superar los obstáculos, qué fue aquello que hizo la diferencia para concretar los logros, qué tanta oración y conexión divina desarrollamos para fundirnos con lo sagrado y sobremanera, qué tantas millas extras dinos para ser, no buenos, sino excelentes!

Dicen que el peor evaluador del ser humano, es el mismo. Cuando de evaluación se trata, no se busca obtener un valor para clasificar y determinar un desempeño, sino comprender en profundidad las oportunidades de mejora que debemos incorporar para disparar el potencial que el hombre tiene de transformarse a sí mismo y a su entorno. Evaluar lo que ha ocurrido en año es entonces, una oportunidad para reinventarse y motivar transformaciones que hagan diferencia en el siguiente periodo de 365 días.

Terminar un año y ver lo que ha ocurrido, es una experiencia personal que muestra el nivel de compromiso que cada persona ha tenido para hacer que las cosas pasen. Es una ocasión para “mudar la piel de lo viejo”, para nacer a la “novedad de lo que germina”, esa lectura de un amanecer “inocente y sin restricciones” donde cada ser humano tiene un lienzo virgen donde escribirá las memorias de un futuro que se inaugura cada vez que la tierra le da la vuelta al sol!

El Editor

sábado, 16 de diciembre de 2017

Prosperidad

Las personas que prosperan y logran grandes cosas en la vida, son aquellas que se concentran en que otros logren sus propósitos. Son aquellas que son capaces de detectar cómo pueden hacer la diferencia en los demás, siendo plataformas para aquellos que quieren alcanzar nuevos destinos superando sus propios retos.

Los negocios de hoy no buscan vender cosas o artículos particulares, sino configurar y vivir experiencias; ese arte de ayudar a tu prójimo para lograr aquello que quiere hacer y concretar un efecto personalizado, que  luego de haber interactuado contigo, se manifieste en una expresión o sentimiento que conecta su expectativa con un hecho de la realidad.

Las personas que logran conectarse con las expectativas de otros, tiene doble beneficio: abren la oportunidad para encontrar posibilidades para ayudar y encuentran la generosidad del otro, para compartir contigo un reto donde es posible hacer que las cosas pasen. Acompañar al otro en su expectativa, es un ejercicio de donación personal que encuentra dos mundos: uno que quiere aprender y otro que quiere compartir.

En este ejercicio de interacción entre estos dos mundos, se crean no solo contactos, sino relaciones que se nutren mutuamente: una de fuentes de conocimiento y referencia para hacer que las cosas pasen, y otra de nuevos retos y formas de ver el mundo. De esta manera se construye una visión enriquecida de la creación, donde dos o más exploran nuevos linderos de la realidad para encontrar formas alternas de conquistar posiciones estratégicas en la vida personal, laboral y de negocios.

Ese ejercicio de “venderse bien” que se escucha frecuentemente entre los profesionales, debe ser una búsqueda permanente para visualizar y aplicar, cómo es posible apoyar a otros en sus propios retos y no, cómo impresionar a un público o persona particular, que lo único que hace es, encerrar al profesional en su propio ego y en la transitoriedad de su propios logros. Cuando el hombre es capaz, como anota Buda, de superar su necesidad de ser superior,  de tener fama y de ganar, camina por la ruta de la virtud, la humildad y el servicio.

La prosperidad en la vida no se alcanza con golpes de suerte, hechizos o sortilegios especiales, sino con una práctica permanente que tiene a las necesidades del otro en perspectiva; como una historia de construcción conjunta donde juntos, pueden contar lo especial de una conexión que los participantes han logrado, de cómo han aprendido juntos conectando puntos y desconectando otros. Ser próspero, es tener la habilidad para encontrar necesidades no satisfechas; es hablar el lenguaje de las historias y los retos superados, es humanizar la experiencia del otro en clave de logros y lecciones aprendidas.

Desear prosperidad y abundancia, es lanzarse a ver con ojos inocentes las posibilidades de ayudar a otros a ver su propio potencial. Es olvidarse de impresionar por lo que sabemos, y concentrarnos en descubrir cómo es posible motivar una transformación en los otros, un cambio que lo renueve en sus propios retos y sueños. Sólo así, saliendo de nosotros mismos podemos encontrarnos para entender que la prosperidad no está en el tener, sino en el saber compartir.

El Editor

domingo, 10 de diciembre de 2017

Pensar distinto

Pensar distinto supone ver el mundo de forma diferente, entender la realidad más allá de lo que dictan las normas preestablecidas. Pensar distinto es la manera como el hombre se enfrenta su propio destino, al ejercicio de navegar en aguas profundas donde nadie previamente ha ido jamás. El ejercicio de pensar distinto, es una apuesta por demás peligrosa, pues la realidad vigente y aquellos que la controlan, no querrán que alguien les desdibuje todo aquello que con tanto trabajo han construido e instalado en las mentes de las otras personas.

Cambiar un paradigma, una manera de ver las cosas, supone una confrontación con lo existente; una crítica demoledora de lo vigente, que tratará de acomodar la visión del mundo a lo que todos pueden ver y observar. Mirar con otros ojos la realidad, es una intervención para enfrentar la hegemonía de una tradición y abrir un espacio en el contexto vigente, para ver cómo es posible describir las cosas de forma distinta, caminando por senderos inexplorados o impensados por la ciencia actual.

Pensar distinto supone, cambiar una forma de pensar, introducir un “pedazo de código nuevo” en la estructura del mundo, que infecte las diferentes lecturas de la realidad, para habilitar una transformación que está esperando ser implementada. Lograr esta propagación viral en un escenario existente, supone pasar las barreras de los cortafuegos de los “acomodados” en su visiones, los puntos de control de los “académicos formales” y “violar las reglas” de la lectura vigente de las estructuras políticas y económicas.

Pensar distinto, no debería ser algo fuera de lo común, debería ser algo natural que lleva la semilla del cambio, la esperanza de una realidad distinta y sobre manera una forma de reinventar la estrategia como entendemos y construimos los referentes del mundo. Quien piensa distinto hoy, es una amenaza, una forma de vida que es “divergente” y por tanto deberá ser identificada y nuevamente adoctrinada para que no se ocupe de crear posturas distintas.

Pensar distinto, es y ha sido en cada época de la humanidad, un valor y virtud que han logrado unos pocos. Algunos de ellos cambiando la tradición científica del momento, otros motivando transformaciones sociales y otros pagando con su propia integridad, el compromiso y la defensa de su visión del mundo, chocante para muchos y refrescante para otros.

Pensar distinto es un regalo que cada ser humano se hace a sí mismo, una invocación permanente de la divinidad que resalta el carácter único e irrepetible de la humanidad, que busca todo el tiempo razones y fines para continuar marcando una pauta en la construcción de un futuro mejor para todos. Todos aquellos que se atreven a pensar distinto, saben que tendrán que llevar una cuota de sacrificio, de vituperio, de abucheo y hasta de humillación, igual que aquel que trajo un mensaje de contradicción para el mundo que implicaba: “amar a quienes no te aman”.

Cuando piensas distinto el universo abre una brecha de creatividad, una invocación de las fuerzas de transformación que conspiran contigo para que brille nuevamente en el cielo la luz de oriente y se haga en ti, un nuevo Belén donde la vida se haga plena y tu energía fluya sin límites.


El Editor