Se recuerda con
mucha alegría y cariño a aquellos profesores que marcaron la diferencia durante
nuestro paso por las aulas. Esos docentes que lograron conectar con nuestros
intereses y que generaban espacios de reto intelectual donde las ideas fluían y
la magia del aprender se desarrollaba sin ninguna restricción. Robinson (201,
p.150) indica que los buenos profesores desempeñan cuatro funciones
principales: motivan a sus alumnos, facilitan el aprendizaje, tienen expectativas con respecto a ellos
y los capacitan para creer en sí
mismos.
Motivar es encontrar los momentos y espacios
requeridos donde confluyen los intereses de los estudiantes, esos escenarios donde es posible sacar a la luz lo
mejor que hay en cada uno de ellos, esa energía potencial acumulada que sólo
requiere una excusa para que fluya y desarrolle las ideas y posibilidades más
inesperadas, donde el alumno es capaz de sobreponerse a las situaciones
actuales y crear entornos que no han sido pensados previamente.
Un estudiante motivado
es energía en movimiento, es capacidad de transformación activa que logra
desaparecer las restricciones mentales y desarrollar acciones que logran
cambiar la realidad, esa que conoce, pero que es capaz de modificar y
transmutar para alcanzar una versión mejorada de sí mismo y así, habilitar
nuevas posibilidades donde otros encuentren razones para salir de su zona
cómoda.
Facilitar el aprendizaje, está íntimamente relacionado con la motivación, es encontrar ese espacio en blanco en la
dinámica del estudiante, donde la curiosidad anida, donde la sorpresa se
esconde, donde la cotidianidad se escapa. El aprendizaje es un proceso complejo
en su configuración, que demanda espacios psicológicamente seguros, donde es
posible experimentar y preguntar por fuera de lo conocido, para indagar donde
otros no han explorado. Una ruta donde se conecta la vida personal para
encontrar más posibilidades y menos probabilidades.
Facilitar el
aprendizaje, es entender que el “mapa” que conocemos no es el territorio que
exploramos, es una oportunidad para descubrir nuevos matices del entorno y
permitirnos cambiar los lentes a través de los cuales vemos el mundo. Aprender
es una experiencia personal que se habilita desde aquellos puntos de quiebre
que experimentamos y somos capaces de capitalizar para concretar nuevas
distinciones.
Tener expectativas de los estudiantes, es establecer
conexiones emocionales que permiten perseguir objetivos superiores, donde juntos docente y alumno, son capaces de
superar retos novedosos. Mejorar el rendimiento escolar no es sólo un tema de
aprobación de pruebas, sino de renovación de esperanzas y posibilidades, un
espacio de reflexión y proyección que se crea en la relación profesor-alumno
donde es posible alcanzar sueños y experimentar logros.
Las expectativas
deben servir como puente entre la realidad del estudiante y los retos del profesor.
Una aventura que se construye desde la esperanza de un mañana mejor, de un
resultado que “ya se siente alcanzado”, donde cada momento establece un valor
especial que comunica la fuerza de una motivación que está apalancada por una
visión de futuro donde tanto docente y estudiante, son protagonistas de sus
propias conquistas.
El docente más que un “capacitador” es un guía, un mentor
que habilita espacios y reflexiones para que los estudiantes puedan encontrar
sus propios caminos y aumentar la confianza en sí mismos. Un docente debe ser la excusa del sistema educativo
para desarrollar en sus alumnos habilidades y capacidades para asumir las
dificultades, así como para encarar y superar las inestabilidades del mundo actual,
desde la tranquilidad, la confianza y la creatividad.
La escuela no puede
seguir siendo un espacio normalizado y estructural donde el estudiante es un
contenedor y memorizador de contenidos, sino un espacio para descubrir su
propio potencial, aquello en lo que les gustaría destacar, con el fin de
motivar actividades que le permitan focalizar sus esfuerzos, fortalecer su
voluntad y aumentar su competencia, como fundamento de aquellos que son “siempre
estudiantes”.
Un buen profesor, es
un habilitador para crear en su discípulo ese “afán de descubrimiento y la
pasión por trabajar”, esa chispa divina que viene en nuestro interior quemada
desde antiguo, que reconoce que el aprendizaje no es un proceso lineal, ni
reglado en sí mismo, sino una oportunidad única donde es posible descubrir
quiénes somos y a qué hemos venido.
El Editor
Referencia
Robinson, K. y
Aronica, L. (2016) Escuelas creativas. La
revolución que está transformando la educación. Bogotá, Colombia: Ed.
Grijalbo.