No son nuestras virtudes, ni
nuestros logros, ni nuestros aciertos, los que son ocasión de iluminación,
esperanza o entendimiento. No son nuestros reconocimientos, nuestros triunfos,
nuestros laureles los que provocan la misericordia y creatividad de nuestro DIOS.
Precisamente todo lo contrario, nuestras imperfecciones, nuestras miserias,
nuestros desaciertos, son los que indagan y motivan la infinita bondad del
infinito en nosotros.
Nos pasamos la vida tratando de
agradar al mundo, entrando en una división profunda entre la vanidad personal y
el reconocimiento grupal, buscando sentido en los aplausos de los demás y
tratando de emular la vida que están viviendo otros. Cuando focalizamos
nuestros intereses fuera de nosotros, entregamos a terceros el control de
nuestro propio desarrollo, de nuestro propio futuro.
Recorrer el camino de la misericordia,
es reconocernos limitados, débiles y desorientados delante de la grandeza de
DIOS. En ese momento, se activa la generosidad divina que acalla nuestras
angustias, reajusta nuestra orientación y renueva nuestro sentido de finalidad
y servicio, despertando la verdadera sabiduría interior; esa que está centrada,
en lo trascendente, invisible y sólo perceptible desde el encuentro con el
otro.
Bien anota Drummond, en su libro “El
poder del tres”: “la vida no se reduce a
conocimiento y la mera acumulación o procesamiento de datos. (…) John Alexander
Smith puntualizaba que para ser sabios necesitamos ser capaces de distinguir lo
que es genuino, verídico y real, de lo que es mentira, incierto y falso. (…)”.
En este contexto, el sabio se apalanca en las plataforma del mundo, para
lanzarse conquistar lo espiritual, un viaje que demanda liberarse del equipaje
de sí mismo y abrirse a descubrir el campo de DIOS.
El sabio no ve situaciones
particulares, ve realidades completas, inaugura su propio viaje hacia su
interior, recorriendo lo que su propia miseria le indica, para poder encontrar
en los otros, las bondades que ellos mismos manifiestan. El sabio entiende que
fuimos hechos para conquistar lo material, pero no para dejarnos esclavizar por
sus maravillas; conoce que no somos materia que se regatea o compra, sino
esencia misma que se transforma y evoluciona.
El sabio sabe que sus yerros, son
la ocasión para alcanzar mayor claridad sobre sus preguntas. Es la ocasión
perfecta para continuar descubriendo en cada respuesta, nuevas posibilidades
para aprender y desaprender del mundo. Este camino elevado de conocimiento
interior, permite que el pensamiento fluya y motive nuevos horizontes que
tracen caminos insospechados, que salgan al encuentro de nosotros mismos.
El premio del sabio, no es la sabiduría
en sí misma, sino la posibilidad permanente de vivir con la paz en el corazón,
esa generosa expresión de bondad, que no se acobarda, ni se turba ante la
adversidad; sino que se enaltece con el reto y se conquista con la templanza.
El sabio encuentra sentido en cada momento de su vida, cuando es capaz de “soltar
sus propias verdades” y escuchar en el silencio “el susurro de DIOS”.
El Editor
Referencia
Drummond, N. (2015) El poder del tres. Descubrir lo que
realmente importa en la vida. Bilbao, España: Ed. Mensajero.
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