Mucho se escribe a diario sobre
liderazgo, sobre orientar personas, sobre “coaching”, sobre desarrollo personal
y profesional, pero poco sobre los impactos que esto tiene sobre “el que dice
ejercerlo” y sobre “las personas que lo reciben”.
“El que dice ejercer liderazgo”, posiblemente no lo está haciendo.
Su “ejercicio” será de un cargo o probablemente de una posición, que lo reviste
de una “jerarquía” que será respetada por lo que significa para la organización
y su capacidad de decisión; esto es, poder modificar el contexto que lo rodea.
El respeto o mejor prevención que se alcance, será por los efectos de sus disposiciones
y no por consideración, a la persona misma que es.
La persona “que dice ejercer liderazgo” muchas veces se encuentra engañada por
los reconocimientos vacíos, “las venias de sus colaboradores”, la vieja y
acuñada expresión “lo que mi jefe le
gusta, a mí me encanta” que solo deja en evidencia que su capacidad de
movilizar personas, no viene de una sintonía personal e individual con su
equipo, sino por un encargo organizacional que “obliga” a un colaborador a
seguir un camino determinado.
El ejercicio de liderazgo, no
encuentra sus raíces en “mandatos o normas”. No busca ser “temido ni adulado”
para saber que un verdadero servidor está presente. Las personas que
experimentan el ejercicio de liderazgo, que reciben el influjo de su actuación,
no esperan ser educadas o moldeadas por la “sabiduría de un líder”, esperan un
encuentro personal con un ser humano que los reconozca como verdadero otro,
para construir y soñar juntos.
En este sentido, “los que reciben el influjo del liderazgo”,
leen en cada movimiento de su “líder” una partitura humana que les dice el tono
y la clave que deben usar para sintonizar con su “vocero”. Si no logran
descifrar la partitura, es decir, no logran captar el mensaje, muchas veces
cifrado en su pronunciación, se mimetizan en medio de las actividades diarias
creando una “barrera simbólica” que define territorios de actuación y
conversación que extrañan el encuentro con el otro.
Definir el liderazgo desde las
lecturas modernas, algunas extremadamente prácticas y otras intensamente
trascendente, es tratar de descubrir en la esencia misma del hombre, su
necesidad de abordar y crecer con el otro, una condición natural de la
existencia humana que nos dice lo mucho que tenemos que aprender, lo poco que
hacemos por desaprender y el reto que nos implica reconocerlo.
El que quiere ejercer el liderazgo
debe renunciar a su propios apegos, debe despojarse de sus ínfulas de supuesto
poder, debe limpiar su vitrina de la vanidad, debe atreverse a revelarse tal
cual es, a sentirse vulnerable y expuesto; debe construir su realidad desde su
reflejo en el otro, en pocas palabras debe manifestarse desde sus propias
sombras y limitaciones, para que de manera conjunta puedan descubrir las luces
que yacen en cada uno de los miembros del equipo.
Cuantas horas y momentos de
verdad de “los que dicen ejercer el
liderazgo”, cuantos cursos de formación en distinguidos claustros
educativos, y tan poca donación y construcción de realidades compartidas. El
que se precia de ser líder, no tiene opciones de no hacer, sólo la declaración
sencilla y abierta, que cada día es una aventura intensa y misteriosa, en medio
de un paisaje de personas e intereses, contradicciones, aciertos y
limitaciones, y a pesar de todo hacer que las cosas pasen.
El Editor