viernes, 24 de julio de 2015

"Los que dicen ejercer el liderazgo"

Mucho se escribe a diario sobre liderazgo, sobre orientar personas, sobre “coaching”, sobre desarrollo personal y profesional, pero poco sobre los impactos que esto tiene sobre “el que dice ejercerlo” y sobre “las personas que lo reciben”.

El que dice ejercer liderazgo”, posiblemente no lo está haciendo. Su “ejercicio” será de un cargo o probablemente de una posición, que lo reviste de una “jerarquía” que será respetada por lo que significa para la organización y su capacidad de decisión; esto es, poder modificar el contexto que lo rodea. El respeto o mejor prevención que se alcance, será por los efectos de sus disposiciones y no por consideración, a la persona misma que es.

La persona “que dice ejercer liderazgo” muchas veces se encuentra engañada por los reconocimientos vacíos, “las venias de sus colaboradores”, la vieja y acuñada expresión “lo que mi jefe le gusta, a mí me encanta” que solo deja en evidencia que su capacidad de movilizar personas, no viene de una sintonía personal e individual con su equipo, sino por un encargo organizacional que “obliga” a un colaborador a seguir un camino determinado.

El ejercicio de liderazgo, no encuentra sus raíces en “mandatos o normas”. No busca ser “temido ni adulado” para saber que un verdadero servidor está presente. Las personas que experimentan el ejercicio de liderazgo, que reciben el influjo de su actuación, no esperan ser educadas o moldeadas por la “sabiduría de un líder”, esperan un encuentro personal con un ser humano que los reconozca como verdadero otro, para construir y soñar juntos.

En este sentido, “los que reciben el influjo del liderazgo”, leen en cada movimiento de su “líder” una partitura humana que les dice el tono y la clave que deben usar para sintonizar con su “vocero”. Si no logran descifrar la partitura, es decir, no logran captar el mensaje, muchas veces cifrado en su pronunciación, se mimetizan en medio de las actividades diarias creando una “barrera simbólica” que define territorios de actuación y conversación que extrañan el encuentro con el otro.

Definir el liderazgo desde las lecturas modernas, algunas extremadamente prácticas y otras intensamente trascendente, es tratar de descubrir en la esencia misma del hombre, su necesidad de abordar y crecer con el otro, una condición natural de la existencia humana que nos dice lo mucho que tenemos que aprender, lo poco que hacemos por desaprender y el reto que nos implica reconocerlo.

El que quiere ejercer el liderazgo debe renunciar a su propios apegos, debe despojarse de sus ínfulas de supuesto poder, debe limpiar su vitrina de la vanidad, debe atreverse a revelarse tal cual es, a sentirse vulnerable y expuesto; debe construir su realidad desde su reflejo en el otro, en pocas palabras debe manifestarse desde sus propias sombras y limitaciones, para que de manera conjunta puedan descubrir las luces que yacen en cada uno de los miembros del equipo.

Cuantas horas y momentos de verdad de “los que dicen ejercer el liderazgo”, cuantos cursos de formación en distinguidos claustros educativos, y tan poca donación y construcción de realidades compartidas. El que se precia de ser líder, no tiene opciones de no hacer, sólo la declaración sencilla y abierta, que cada día es una aventura intensa y misteriosa, en medio de un paisaje de personas e intereses, contradicciones, aciertos y limitaciones, y a pesar de todo hacer que las cosas pasen.


El Editor

sábado, 18 de julio de 2015

El sabio

No son nuestras virtudes, ni nuestros logros, ni nuestros aciertos, los que son ocasión de iluminación, esperanza o entendimiento. No son nuestros reconocimientos, nuestros triunfos, nuestros laureles los que provocan la misericordia y creatividad de nuestro DIOS. Precisamente todo lo contrario, nuestras imperfecciones, nuestras miserias, nuestros desaciertos, son los que indagan y motivan la infinita bondad del infinito en nosotros.

Nos pasamos la vida tratando de agradar al mundo, entrando en una división profunda entre la vanidad personal y el reconocimiento grupal, buscando sentido en los aplausos de los demás y tratando de emular la vida que están viviendo otros. Cuando focalizamos nuestros intereses fuera de nosotros, entregamos a terceros el control de nuestro propio desarrollo, de nuestro propio futuro.

Recorrer el camino de la misericordia, es reconocernos limitados, débiles y desorientados delante de la grandeza de DIOS. En ese momento, se activa la generosidad divina que acalla nuestras angustias, reajusta nuestra orientación y renueva nuestro sentido de finalidad y servicio, despertando la verdadera sabiduría interior; esa que está centrada, en lo trascendente, invisible y sólo perceptible desde el encuentro con el otro.

Bien anota Drummond, en su libro “El poder del tres”: “la vida no se reduce a conocimiento y la mera acumulación o procesamiento de datos. (…) John Alexander Smith puntualizaba que para ser sabios necesitamos ser capaces de distinguir lo que es genuino, verídico y real, de lo que es mentira, incierto y falso. (…)”. En este contexto, el sabio se apalanca en las plataforma del mundo, para lanzarse conquistar lo espiritual, un viaje que demanda liberarse del equipaje de sí mismo y abrirse a descubrir el campo de DIOS.

El sabio no ve situaciones particulares, ve realidades completas, inaugura su propio viaje hacia su interior, recorriendo lo que su propia miseria le indica, para poder encontrar en los otros, las bondades que ellos mismos manifiestan. El sabio entiende que fuimos hechos para conquistar lo material, pero no para dejarnos esclavizar por sus maravillas; conoce que no somos materia que se regatea o compra, sino esencia misma que se transforma y evoluciona.

El sabio sabe que sus yerros, son la ocasión para alcanzar mayor claridad sobre sus preguntas. Es la ocasión perfecta para continuar descubriendo en cada respuesta, nuevas posibilidades para aprender y desaprender del mundo. Este camino elevado de conocimiento interior, permite que el pensamiento fluya y motive nuevos horizontes que tracen caminos insospechados, que salgan al encuentro de nosotros mismos.

El premio del sabio, no es la sabiduría en sí misma, sino la posibilidad permanente de vivir con la paz en el corazón, esa generosa expresión de bondad, que no se acobarda, ni se turba ante la adversidad; sino que se enaltece con el reto y se conquista con la templanza. El sabio encuentra sentido en cada momento de su vida, cuando es capaz de “soltar sus propias verdades” y escuchar en el silencio “el susurro de DIOS”.

El Editor

Referencia

Drummond, N. (2015) El poder del tres. Descubrir lo que realmente importa en la vida. Bilbao, España: Ed. Mensajero.

sábado, 11 de julio de 2015

Encuentro

Si a las personas que enseñan a otros, se les llama docentes, maestros o profesores; a las personas que sanan a otros, se les dice doctores; las personas que orientan a otras y le ayudan a desarrollar su potencial, se les dice “coaches” y a las que acompañan a otros, se les llama, “edecanes”, la pregunta es ¿cómo denominamos a aquellas personas que olvidan a los otros?

La vida es una muestra de interacción diaria, es un ejercicio permanente de estar en movimiento con otros, por otros y para otros. No es posible entender que la vida se pierda en la inercia de los días, sin tener movimiento o expresión cierta del contacto con otro ser humano. Sólo los ermitaños, que han decidido vivir una vida apartada del mundo, sus ruidos y destellos mentirosos, han podido entrar una vivencia profunda de su realidad, aún en ausencia de la expresión de otros.

En este sentido, vivir significa movilizarme dentro y fuera de mí, no solo para alcanzar mis metas, sino para construir con otros. Una motivación permanente para cruzar el umbral de seguridad del otro, y lanzarme a su encuentro, donde no hay otra alternativa que experimentar las vivencias del prójimo. Cada una de las 24 horas de día, son una oportunidad para descubrir las experiencias de la vida y darnos cuentas que nuestra historia es parte fundamental de las narraciones de otros.

Cuándo hubiésemos pensado encontrarnos con alguien que con su sonrisa, su mirada, su aroma, sus palabras, su apariencia, lograra cautivar nuestras vidas, lograra canalizar nuestra energía, convencernos de una aventura, motivarnos para emprender un camino. No sabemos quién saldrá a nuestro encuentro, qué signo distintivo moverá dentro de nosotros, pero lo que si debemos tener claro es que luego de cada momento de interacción personal, algo quedará en nosotros, un recuerdo, una emoción, una imagen, un olor, una lección aprendida que permanecerá en nosotros hasta que haya cumplido su misión.

Cuando olvidamos, el cerebro se programa para disponer de los pensamientos y todo lo que ellos tienen a su alrededor, para darle espacio a nuevas experiencias, que nos permitan seguir creciendo y experimentando momentos de verdad, momentos donde debemos enfrentar la realidad y hacer que las cosas pasen. Olvidar es un ejercicio que resulta sano, con aquellas cosas que no producen buenos sentimientos, pero una enfermedad cuando se trata de ignorar a los demás.

“Los olvidadores” podría ser el nombre de aquellos que se olvidan de los demás, de aquellos que sacan de su ecuación de vida la presencia del otro, de aquellos que prefieren su propio contexto y excluir las realidades de los otros. Este olvido resulta contradictorio y peligroso, como quiera que cada uno de ellos estará expuesto, en algún momento, a experimentar ser víctimas de otros olvidadores. Nada más pedregoso y sinuoso que el olvido de sí mismo, condición que compromete no solo las aspiraciones humanas, sino que contradice los mandatos divinos.

Así las cosas, la vida es un llamado a compartir, a comprender, a manifestar y movilizar experiencias plenas donde fluya la vocación inherente de cada ser humano, ese oasis que recrea la mano poderosa de un DIOS que nunca olvida y siempre sale al encuentro del hombre.

El Editor

domingo, 5 de julio de 2015

Infraestructura Personal de Conocimiento

El mundo avanza rápidamente y acelera su paso con las novedades y posibilidades que plantea en término de servicios y propuestas de información. Pareciera que estamos entrando en una era de sobre carga de información, que nos advierte una sobredosis de datos que nos puede llevar a una asfixia informática. Ante esta situación, debemos contar con mecanismos bien dispuestos para tener los filtros relevantes que balanceen la necesidad cerebral de tener información y la capacidad para procesarla y lo mejor, aprovecharla.

Sobre este particular los investigadores de Warwick y Oxford, Nicolini, Korica y Ruddle (2015) han acuñado el concepto “Infraestructura Personal de Conocimiento” - InPC, como la estrategia para mantenerse informado y balancear los niveles de sobre carga de información, de tal forma que es posible mantener una vista permanente sobre el entorno y tener aquello que resulta relevante para los intereses de la persona y su contexto individual y laboral.

La infraestructura de conocimiento personal consiste de tres componentes básicos: (Nicolini, Korica y Ruddle, 2015, p.4-5)
  • Rutinas básicas: lectura de noticias, caminar por los alrededores de su ambiente para verificar como están las cosas y encuentros con personas cercanas o colaboradores para conocer aspectos relevantes a tener en cuenta.
  • Relaciones sociales: Contar con una red de contactos, que configura su capital social, donde se comparten experiencias y se construyen relaciones de confianza de mediano y largo plazo; se obtenie información y se valida en su contexto.
  • Herramientas de soporte: Reportes publicados, artículos en revistas de alguna industria particular, twitter, blogs

Si tomamos estos tres elementos, potenciando cada uno de ellos y relacionándolos entre sí, iremos desarrollando la habilidad para conceptualizar rápidamente sobre lo que ocurre en el entorno y así mantener la vista en aquello que se persigue, contando con las señales más relevantes del contexto donde actuamos.

En una era dominada por el flujo permanente de información y conocimiento, tratar de aislarse de las interactividad social, propia de las redes sociales, es acelerar la obsolescencia del conocimiento y convertirse en una “momia informática” de un pasado, que ya no tiene miles de años, sino cientos de segundos. Por tanto, estar en sintonía con la dinámica de la vida modernas es perfeccionar cada día nuestra InPC, con el fin de estar en el mundo, sin dejarnos consumir por él.

Sin perjuicio de lo anterior, es clave mantener el buen juicio y el sentido común, para que los deseos y acciones al compartir información, sigan buenas prácticas del tratamiento de la información que resuelvan favorablemente las tensiones propias del compartir y proteger, para que el temperamento, las lecciones aprendidas y las competencias configuren la visión de futuro, donde todos están dispuestos a colaborar y construir, confiando en los talentos y capacidades individuales, transformando las realidades grupales.

El Editor

Referencia

Nicolini, D., Korica, M. y Ruddle, K. (2015) Staying in the know. Sloan Management Review. Summer.