Los retos recientes de la humanidad son ejercicios de
comprensión colectiva y de visión de conjunto donde lo que estaba aparentemente
aislado revela conexiones que generalmente han pasado desapercibidas. En este sentido, se requiere una renovación y reinvención
del concepto de “libertades y deberes” que a la luz de los retos democráticos
implican tensiones sobre éstos fundamentos que han permanecido inmóviles en las
sociedades, particularmente occidentales, por décadas.
Una crisis es un
estado de inestabilidad que tensiona y reta los fundamentos sobre los cuales
una persona o sociedad encuentran certezas. Son momentos de incertidumbre que
llevan a sus protagonistas a tratar de encontrar inicialmente respuestas en sus
seguridades iniciales, generalmente con poco éxito, para luego pensar y
transformar aquellos pilares que consideraba inamovibles. Una crisis en el modelo de
causa-efecto, de racionalidad pura, es un atentado contra la lógica de una
realidad asimétrica, volátil y ambigua.
En este contexto, la
disciplina social emerge como una oportunidad para las sociedades modernas con
el fin de construir realidades, respuestas y retos de forma conjunta, donde lo
fundamental no es desconocer la individualidad o aportes particulares, sino
conectar las distintas visiones desde el bien general, que implica
necesariamente repensar los linderos del bienestar personal. La diferencia frente al concepto inicial de
disciplina, que se leía como una expresión de autoridad y obediencia ciega por
parte de una autoridad, es que la disciplina es una “elección” libre y una vez se ha
tomado esa decisión, razón, mente y espíritu se hacen uno para transformar todo
lo que se emprenda.
La disciplina social
no implica ceder y obedecer de forma ciega y estéril, sino reconocer a los
otros en el ejercicio de construcción del tejido social, donde todos aportan y
suman alrededor de una lectura común. Es una obediencia meditada y reflexiva
que encuentra en un proyecto común, el terreno fértil que busca consolidar una
solidaridad colectiva que prepara a los individuos para una vida en comunidad. “Ningún
grupo social obtiene logros significativos, siquiera logros, en ninguna de las
esferas de las que se ocupe a menos que su actuación esté sólidamente
respaldada por el cumplimiento de su disciplina” (Ecured, s.f.).
La disciplina social
implica reconocer que la autonomía personal, es el compromiso concreto con el
colectivo del que hace parte. Es hacerse responsable por los resultados del
conjunto, ejerciendo libremente su opción por el bien general que implica “ver
con bondad y comprensión a sus propios apegos, para que su importancia poco a
poco disminuya”, haciendo evidente la nulidad intrínseca de las cosas, y llegado el momento
el desprendimiento ocurra (Vallés, 2001). No es un proceso fácil o inmediato,
es un camino interior que inicia con reconocimiento del egoísmo individual, y termina con el desapego a las cosas y a las personas
para disfrutar y contemplar el todo sin restricciones y ni ataduras.
La disciplina social
es un ejercicio de libertad que implica hacerse obediente a una causa común y
trascendente, que se desprende de sus apegos materiales y personales, para dar
paso al amor, que como sostenía el jesuíta Tony de Mello: “nadie puede amar a otra persona
mientras sienta apego por ella (…). El amor se basa en la libertad, y la libertad
se pierde en el apego mutuo” (Vallés, 2001, p.62-63).
El Editor
Referencias
Ecured (s.f.)
Indisciplina social. Recuperado de: https://www.ecured.cu/Indisciplina_social
Vallés, C. (2001) Ligero de equipaje. Bogotá, Colombia:
Ediciones San Pablo.