Vivimos en un mundo
inestable e incierto, que es fruto de tres niveles de desconexión, según afirma
Scharmer & Käufer (2015). Existe una desconexión entre el yo y la
naturaleza, que lleva a las brechas ecológicas que tenemos en la actualidad.
Otra entre el yo y los demás, que genera la profunda brecha social donde
existen unos que no tienen y otros que cada vez tienen más; y finalmente una
entre el yo “actual” y el YO “futuro” que representa el potencial de desarrollo
que tenemos y debemos alcanzar.
Particularmente la última
desconexión llama la atención, pues ésta se basa en los retos que debemos
asumir, para mantenernos fuera de la zona cómoda y así explorar, más allá de
lo que conocemos y caminar por senderos que jamás hemos recorrido, y así
encontrar las nuevos archipiélagos de certezas, necesarios para seguir
navegando en medio del mar de incertidumbres que propone la dinámica
social, económica, política, tecnológica, legal y ecológica del mundo.
En la medida que nos
podamos interrogar sobre aquello que no podemos ver, es decir, reconocer las
cegueras cognitivas que nuestros saberes previos nos imponen, así como la
inercia de las verdades aprendidas, podemos iluminar nuevos caminos, para dejar
de criticar y reiterar las quejas del pasado, y salir de ese círculo vicioso
que crea una espiral descendente que nos ancla en la parálisis; para
construir una realidad emergente, que nos abra al conocimiento ecosistémico,
donde no se reacciona contra lo que ha ocurrido, sino que se visualiza y crea
un lugar común en el futuro, donde surge una espiral de conocimiento ascendente
que hace realidad una visión comunitaria.
Para lograr superar
esa desconexión entre el yo “actual” y el YO “futuro”, se hace necesario suspender
el ejercicio actual de nuestras reflexiones, con mirada fresca y corazón abierto;
luego redirigir nuestra atención a esos lugares poco comunes donde ocurren las
cosas, para dejar ir el pasado y sus consecuencias, y así presenciar con consciencia
plena lo que ocurre en el hoy y en el ahora. Seguidamente, conectar este
ejercicio con nuestra motivación y fuerza interior, y así inclinarnos hacia ese futuro que se advierte
en el horizonte, y dejarlo venir, para cristalizarlo desde el ejercicio de
prototipos, simulaciones y escenarios, donde existe un propósito superior, que nos
convoca y crea condiciones de posibilidad para todos los que participamos (Scharmer
& Käufer, 2015).
Cuando conectamos el
ser y la materia, es posible descubrir con mayor claridad la vocación particular
a la que hemos sido llamados, esa moción interior que disfruta lo que hace,
goza con lo que descubre y vibra con lo que logra. Cuando el ser y la materia, están
unidos y la mediación de lo sagrado y trascendente se alinea con esa conexión,
se transforma la vida del hombre, la calidad de sus relaciones, de su
pensamiento y por tanto, la calidad de los resultado del mañana. Se abren
nuevos linderos de crecimiento y oportunidad, que están reservados para
aquellos que han superado el miedo a lo incierto, y se han reinventado desde
los retos de las perturbaciones del pasado, para dar paso a el futuro que
quiere empezar.
Superar la desconexión
entre el yo “actual” y el YO “futuro” es un ejercicio que nos invita como el Crucificado
a decidirnos por el evangelio, dejarlo todo y liberarnos de todo el equipaje
no esencial, para que el YO, con y mayúscula sea nuestra mejor posibilidad para
prestar atención a las “grietas”, que son las aperturas y cambios inesperados, y
así enfrentar y crear el futuro con mente abierta, corazón dispuesto y
voluntad a toda prueba.
El Editor
Referencia
Scharmer, O. & Käufer,
K. (2015). Liderar desde el futuro emergente. De los egosistemas a los
ecosistemas económicos. Barcelona, España: Editorial Eleftheria.