domingo, 20 de abril de 2025

Pascua: Algo vivo tiene que nacer

Cada año al terminar la “semana mayor” de los católicos o al iniciar la pascua, “algo vivo tiene que nacer”. La pregunta en el fondo es “¿qué o quién es el que tiene que nacer?”. ¿Qué significa nacer? entrar en el mundo que no se conoce, abrirse a espacios en zonas que no son demarcadas, dar línea en temáticas que son emergentes, tantas ideas al tiempo, que corresponden a un proceso de discernimiento ¿Cuántas cosas hemos venido aplazando y dejando pendiente, para darle vida e impactar a otras personas?

Dar vida o comunicar vida es transformar la realidad, es hacer que las cosas pasen. La vida es un continuo, una experiencia de desorden termodinámico, que cuando llega a su máxima expresión se desvanece. En ese ejercicio en la práctica cotidiana es necesario que cada cierto tiempo nazca algo nuevo, y ese nacer siempre se gesta con el tiempo, con esfuerzo, con trabajo, con un propósito superior y no con un objetivo de corto plazo. 

Cada vez que algo nace, nace con una vocación de eternidad, nace para que permanezca como testimonio de una reflexión que no acaba, y que le da forma a una manera de pensar, de ubicar el mundo en diferentes partituras y lecturas que para muchos, podrán ser novedosas y para otros, retos por descubrir. Saber lo que puede ocurrir con eso que nace resulta incierto, lo único cierto es que será una piedra en un foso de agua que hará olas perceptibles e imperceptibles para que agiten el intelecto de algunos y confronten las prácticas de otros.

Nacer, dar vida, infundir vida, es un ejercicio de donación, de entrega, de transformación interior que la persona regala a su comunidad, no por la vanagloria o los reconocimientos, sino como oportunidad de un diálogo permanente con las ideas, para abrir las posibilidades que antes no existían. Cuando se abren oportunidades nuevas y reflexiones diferentes se crea un espacio para pensar distinto, para explorar nuevas opciones donde la novedad es la base del encuentro y los desencuentros.

La pascua es un paso, de un lugar donde no existe novedad, nada ocurre y todo transcurre en la monotonía sin cambio, a un momento donde la dinámica del cambio es lo natural, donde es importante dejar aquello que no suma y divide, para dejarse sorprender con aquello que no es común, con aquello que te interroga para retar eso que conocemos y sabemos. La pascua es un momento para despertar y abrirse a la experiencia de reconocernos renovados y renacidos, donde mudamos de piel, y dejamos abierta la posibilidad de entender y aprender nuevas cosas para beneficio propio y de otros.

La pascua es un proceso de transformación, de restauración, de reforma de vida, donde lo viejo ha pasado y lo nuevo se abre camino. Dejemos que la pascua nos interrogue para que nazca aquello que debe surgir, para que se abran nuestras alas al salir de la crisálida de pasado, y así emprender el vuelo hacia horizontes novedosos, donde cada uno tenga la oportunidad de reinventarse y alcanzar nuevos retos que le llevan a lograr aquello que no creía posible. La pascua se traduce en “algo vivo tiene que nacer”, en verter vino nuevo en un mundo dinámico e incierto como el actual.

El Editor

sábado, 5 de abril de 2025

Estrategia espiritual: quiénes somos y quiénes estamos destinados a ser

En el contexto empresarial se afirma que “el plan no es la estrategia”. “Un plan es una hoja de ruta sobre cómo vas a conseguir tu objetivo, mientras que una estrategia es el planteamiento general para conseguirlo” (Supply Chain Today, 2025). En la vida muchas veces construimos múltiples planes para alcanzar aquello que queremos, pero poco recabamos en la estrategia, esa visualización de los grupos de interés que vamos a impactar, los recursos que requerimos para concretarlos y los cambios que se pueden sufrir cuando las condiciones del entorno cambian.

Cuanto más nos centramos en la operación, perdemos el sentido de lo que pasa a nuestro alrededor. Esto no quiere decir que el “hacer” no sea importante, sino que no debe distraernos de la dinámica del entorno donde ocurre, pues es allí donde las cosas van a pasar y por tanto, merece atención y seguimiento para lograrlo. En este contexto, nuestra vida la pasamos muchas veces distraídos en el “hacer”, sin recabar en las transformaciones que ocurren a nuestro alrededor, perdiendo la perspectiva del momento, descuidando la vida interior que soporta nuestra existencia, perdiendo capacidades y conocimiento por aquello que sabemos y logramos, y finalmente, perdernos en el ciclo infinito de la productividad para alcanzar resultados que muchas veces pueden no tener sentido para uno mismos o los demás.

Parar y tomar distancia de lo que ocurre, es trabajar en la estrategia, es establecer la visión de lo que queremos lograr, es identificar cómo apalancar y encontrar apoyos, es recabar en las ventajas y limitaciones que podemos tener, así como la fuerza interior y el convencimiento que tenemos para alcanzar lo que queremos. En la vida diaria, es necesario visualizar y potenciar la vida interior como fundamento de las transformaciones que queremos lograr. Esa estrategia espiritual que inicia en el reconocimiento de lo somos y podemos, en sentirnos necesitados e inacabados, como fuente permanente de oportunidades y retos propios de lo que somos por definición: “barro en manos del alfarero”.

Si nuestra estrategia espiritual no está alineada con la fuente de nuestra esencia transcendente, la dinámica del diario vivir se convierte en una experiencia de involución donde nada cambia y se vuelve paisaje, dejando pasar las oportunidades que a diario la vida nos presenta. Lo anterior implica, perder la capacidad de asombro, olvidar la esencia misma de la vida que es aprender, desaprender y reaprender, como ciclo virtuoso que permite mudar el “hombre viejo” en el “hombre nuevo”. Esto es romper, la vestidura remendada que articula paradigmas caducos, para abrirnos a pintar un lienzo nuevo que reescriba nuestra vida y nuestra historia.

El futuro no está predeterminado, ni se puede predecir, por tanto la estrategia espiritual es descubrir cómo reconectarnos con la fuente primaria que nos anima, para encontrar luz, sabiduría, fuerza e iluminación, como la base natural para avanzar en la conquista de nuestras propias limitaciones, no como una práctica sofisticada de meditación o experiencia religiosa, sino como un encuentro personal con la presencia sagrada y divina que vive en nosotros (cualquiera que sea su lectura) para recorrer un camino que nos lleva a confrontar quiénes somos, qué queremos y transformarnos en las nuevas versiones que estamos destinos a ser.

Si bien el “plan no es la estrategia”, la estrategia espiritual sin un plan concreto situado en la realidad de cada individuo, no tendrá los efectos esperados, ni los impactos que están destinos a materializarse, que sirvan a otros como punto de apoyo para encontrar su propio camino de “conversión”, ese que “muda” lo que no nos deja ser, y así experimentar como la bendición vibra fuerte y clara, cuando nos dejamos alcanzar por la fuerza de aquello que no muda, no cambia, es siempre nuevo y siempre actual, la “zarza que no se consume”, donde debemos “quitarnos” todo aquello que no rinde tributo a la presencia divina que nos interroga.

Referencias

Supply Chain Today (2025). A Plan Is Not a Strategy – Harvard Business Review https://www.supplychaintoday.com/a-plan-is-not-a-strategy-harvard-business-review/