Cada año al terminar la “semana mayor” de los católicos o al iniciar la pascua, “algo vivo tiene que nacer”. La pregunta en el fondo es “¿qué o quién es el que tiene que nacer?”. ¿Qué significa nacer? entrar en el mundo que no se conoce, abrirse a espacios en zonas que no son demarcadas, dar línea en temáticas que son emergentes, tantas ideas al tiempo, que corresponden a un proceso de discernimiento ¿Cuántas cosas hemos venido aplazando y dejando pendiente, para darle vida e impactar a otras personas?
Dar vida o comunicar vida es transformar la realidad, es hacer que las cosas pasen. La vida es un continuo, una experiencia de desorden termodinámico, que cuando llega a su máxima expresión se desvanece. En ese ejercicio en la práctica cotidiana es necesario que cada cierto tiempo nazca algo nuevo, y ese nacer siempre se gesta con el tiempo, con esfuerzo, con trabajo, con un propósito superior y no con un objetivo de corto plazo.
Cada vez que algo nace, nace con una vocación de eternidad, nace para que permanezca como testimonio de una reflexión que no acaba, y que le da forma a una manera de pensar, de ubicar el mundo en diferentes partituras y lecturas que para muchos, podrán ser novedosas y para otros, retos por descubrir. Saber lo que puede ocurrir con eso que nace resulta incierto, lo único cierto es que será una piedra en un foso de agua que hará olas perceptibles e imperceptibles para que agiten el intelecto de algunos y confronten las prácticas de otros.
Nacer, dar vida, infundir vida, es un ejercicio de donación, de entrega, de transformación interior que la persona regala a su comunidad, no por la vanagloria o los reconocimientos, sino como oportunidad de un diálogo permanente con las ideas, para abrir las posibilidades que antes no existían. Cuando se abren oportunidades nuevas y reflexiones diferentes se crea un espacio para pensar distinto, para explorar nuevas opciones donde la novedad es la base del encuentro y los desencuentros.
La pascua es un paso, de un lugar donde no existe novedad, nada ocurre y todo transcurre en la monotonía sin cambio, a un momento donde la dinámica del cambio es lo natural, donde es importante dejar aquello que no suma y divide, para dejarse sorprender con aquello que no es común, con aquello que te interroga para retar eso que conocemos y sabemos. La pascua es un momento para despertar y abrirse a la experiencia de reconocernos renovados y renacidos, donde mudamos de piel, y dejamos abierta la posibilidad de entender y aprender nuevas cosas para beneficio propio y de otros.
La pascua es un proceso de transformación, de restauración, de reforma de vida, donde lo viejo ha pasado y lo nuevo se abre camino. Dejemos que la pascua nos interrogue para que nazca aquello que debe surgir, para que se abran nuestras alas al salir de la crisálida de pasado, y así emprender el vuelo hacia horizontes novedosos, donde cada uno tenga la oportunidad de reinventarse y alcanzar nuevos retos que le llevan a lograr aquello que no creía posible. La pascua se traduce en “algo vivo tiene que nacer”, en verter vino nuevo en un mundo dinámico e incierto como el actual.