domingo, 18 de febrero de 2024

¿Conoces tu "zarza ardiente"?

Un pasaje de la sagrada escritura cristiana-católica es la base de esta reflexión. El pasaje que será tema de meditación será la escena de la “Zarza ardiente”: (Éxodo 3, 2-6)

Y se le apareció el ángel de Yahvé en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró y vio que la zarza ardía en fuego, más la zarza no se consumía. Entonces Moisés dijo: “Iré yo ahora y veré esta gran maravilla, por qué causa la zarza no se quema”. Y viendo Yahvé que él iba a mirar, lo llamó Dios de en medio de la zarza y dijo: “¡Moisés, Moisés!” Y él respondió: “Heme aquí”. Y dijo Dios: No te acerques acá; quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás tierra santa es. Dijo: “Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios”.

Cuando se lee esta corta lectura múltiples interrogantes surgen para aquellos que profesan el culto cristiano-católico y para otros que no son partícipes de esta lectura, puede generar inquietud por los múltiples signos y manifestaciones que aparecen en el texto. Tratando de analizar esta escena y contextualizarla en la vida diaria de cada uno de nosotros, la primera pregunta que surge podría ser ¿qué pasaría si tenemos una experiencia hoy como la de Moisés? ¿Cómo actuaríamos frente a un signo como éstos? ¿Con asombro, con inquietud, con reserva o sencillamente podríamos ignorarlo por no corresponder con la realidad como si fuese una alucinación?

Si revisamos la escena varios detalles nos conectan con el momento y realidad del protagonista. Este estaba en sus labores diarias pastoreando, no tenía mayores expectativas en el día y un evento inverosímil lo saca de su cotidianidad y lo interroga. ¿Será que nos pasa algunas veces en una semana? ¿Podríamos estarnos perdiendo una oportunidad para descubrir una conexión que tu creencia sagrada quiere revelarte y nuestra racionalidad no nos permite ver? Si nuestra razón nos confronta y nuestro corazón se emociona, revisa el evento pues allí habrá una luz para explorar y encontrar lo que necesitas en ese momento. Es algo del “buen espíritu” dirían los jesuitas.

Otro detalle, el “Dios de Abraham”, llama por su nombre al protagonista. La voz poderosa sabe quiénes somos, de qué somos capaces y nuestra determinación para lograr lo que queremos, y nos corresponde a nosotros responder como lo hace Moisés: “Heme aquí”. Esa nueva experiencia nos advierte que es necesario movilizarnos y avanzar en la vía del llamado, teniendo en cuenta que no vamos a lograr la perfección, sino ser perfectibles y moldeables en el ejercicio diario de poner al servicio nuestras capacidades para hacer que las cosas pasen. La “voz nos invita”, depende de nosotros dar el paso para salir de la comodidad y embarcarnos en la nueva aventura.

Siguiente detalle, el “Dios de Jacob” pide que nos descalcemos, que abandonemos la zona conocida, pues extiende una invitación en un terreno “sagrado”, que no es otra cosa que la conexión espiritual que cada uno de nosotros tiene y cultiva con su visión de lo trascendente, ese territorio íntimo tan conocido como desconocido, que sólo en la meditación profunda podemos encontrar para reconocer nuestra propias luces e igualmente nuestras sombras. Cuando nos acercamos a la luz, podemos ser encandilados y cegados por su intensidad, tanto que nos tumbe por los suelos o perdamos la ubicación. Así las cosas, “descalzarnos” es reconocer que somos seres en obra gris que delante de lo sagrado, sólo somos una “sombra que pasa”, un suspiro en el viento, un momento en el tiempo.

Finalmente, la manifestación de la “zarza ardiente” revela la docilidad de nuestro corazón en respuesta a un llamado, la intensidad de nuestra relación espiritual basado en nuestra apertura, la fuerza de lo sagrado como aceptación de su presencia y sobremanera, la preparación que debemos tener frente a lo sobrenatural como respuesta a nuestra fe, para encontrar respuestas novedosas en medio de aquello que siendo cotidiano, nos sorprende y nos revela la presencia permanente del fuego que no se apaga.

El Editor 

 

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