domingo, 24 de agosto de 2014

Santa intransigencia

Muchas veces existen momentos y situaciones que demandan una dosis de firmeza y contradicción, con el fin de que aquello, que no se define o que no se comprende con claridad se revele. El arte de decir “NO”, es precisamente una habilidad que los seres humanos deben desarrollar para comprender mejor quiénes son y cómo encuentran y descubren a los demás.
 
El declarar que no se quiere hacer algo, puede ser sinónimo de “terquedad”, “testarudez”, o de “inflexibilidad” para aquellos que están convencidos de que las cosas se deben hacer de una forma particular. De igual manera, se puede leer como una forma de “tomar distancia” y preguntarse “¿qué es eso que ésta persona está observando y que yo no veo?”. Cualquiera que se la lectura que se haga, no deja de incomodar a las dos partes, pues en últimas los intereses que median no se hacen presentes y la necesidad de avanzar no da espera.
 
En este marco conceptual, se instala una virtud que se denomina la “santa intransigencia”, donde San José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei comenta: “(…) el hombre santamente intransigente es hombre que tiene las cuatro virtudes cardinales. Además, es hombre de fe firme, de esperanza segura; es hombre con caridad, porque ceder ante el mal, propio o de los demás, no es caridad.  (…)”
 
Esta virtud propia del hombre temeroso de DIOS, es una ruta de apertura del corazón y de iluminación interior, no solo para descubrir sus propias manchas personales, sino advertir elementos “turbios” o incomprendidos de la realidad. Recorrer la ruta de la “santa intransigencia” es retar a aquellos con intenciones no reveladas, incomodar a los que no quieren hacer cosas diferentes y sobre manera, confrontar esos intereses escondidos que tratan de maquillar la realidad.
 
La “santa intransigencia” es una virtud peligrosa, pues los poderes políticos e intereses ocultos, verán en ellos “piedras en el zapato”, obstáculos que deben ser removidos o desaparecidos para que, sus currículos ocultos continúen y pasen inadvertidos, y así evitar que se cuestionen sus posiciones o estrategias. Vivir la “santa intransigencia” es tensionar las fuerzas de los “movimientos invisibles” para que salgan a la luz pública y se exija un debate abierto y sin agendas clandestinas.
 
Los intereses de los seres humanos, la tendencia natural de privilegiar unos sobre otros, el tener la ventaja en escenarios particulares, son realidades que no podemos evitar, momentos y condiciones que son propias e inherentes al egoísmo de los individuos; o acaso, ¿no se siente bien aquel que tiene una posición aventajada?
 
Este escenario denota una confrontación natural que debe ser asumida con firmeza de espíritu y templanza individual, para que no solamente surja la verdad, sino que brille la caridad; esa virtud que supera nuestra posición personal y privilegia una equidad social.
 
EL Editor

sábado, 16 de agosto de 2014

Dos desafíos claves



De acuerdo con Llopis y Ricart, en su libro “Qué hacen los buenos directivos. El reto del siglo XXI” publicado por Pearson en 2013, se establecen dos desafíos y dilemas fundamentales de los ejecutivos en el desarrollo de su trabajo: (pág.12 y 13)
* Saber qué hacer a pesar de toda la incertidumbre que afrontan y la cantidad de potencial información relevante que deben asimilar.
* Llevar a cabo sus objetivos a través de un largo y diverso grupo de personas sobre las que tiene un escaso control y supervisión directa. 

Estos dos retos ponen de manifiesto el carácter, la constancia, la capacidad empática y política, el poder de persuasión y el aseguramiento de resultados que debe tener todo ejecutivo de una empresa. Pareciera que es un encargo donde siempre hay respuestas para todo y orientación para movilizar aquello que se pretende alcanzar. 

Enfrentar el exceso de información y la incertidumbre al mismo tiempo, exige de cualquier ejecutivo conciliar sus expectativas y planes estratégicos con el momento presente. Esto es, revelar aquellos datos relevantes inmersos en la información disponible que le permitan maniobrar en el corto plazo y advertir diferentes tendencias que lo motiven a tomar riesgos calculados para cambiar el entorno donde opera.

Lograr los objetivos que se trazan exige desarrollar una red de contactos, una red de personas claves, una serie de interconexiones con líderes de opinión naturales, que le permitan armonizar las voluntades necesarias, desde el proyecto y motivaciones del ejecutivo, en el cual todos son parte fundamental para hacer que las cosas pasen. 

Estos dos dilemas establecen los rasgos requeridos para los ejecutivos actuales y futuros, definen las características personales de aquellos que deben movilizar a las empresas para permanecer en el tiempo y orientan las competencias de acción que son necesarias para darle sentido al ejercicio de dirección que exige operar desde la incertidumbre y en un mundo lleno de asimetría y realidades emergentes.

Los ejecutivos de las empresas, nos enseñan que la vida es un proceso de quiebre permanente, una oportunidad para mostrar lo mejor de nosotros mismos y la validación continua de aquello que quiere lograr y transformar en su vida y en la de los demás. Como ejecutivos tienen la responsabilidad de mostrar un horizonte, de brindar seguridad física y psicológica a su equipo y sobre manera el respaldo para que tomen decisiones en condiciones cambiantes y dinámicas.

En este ejercicio directivo de contradicciones de pensamiento, de presiones políticas, de intereses cruzados y agendas paralelas, los ejecutivos no solamente deberán inspirar y comprometer a aquellos que han comprado su proyecto, sino crear la red de conversaciones para la acción que motiven la transformación de cada uno de los actores para llevarlos a su siguiente nivel; esto es liberar el potencial de sus colaboradores, como requisito para crear un entorno de innovación y variedad que enfrente la complejidad y la disparidad de la realidad empresarial actual y emergente.

Los dos desafíos nos enseñan, que al ser ejecutivos de nuestra propia empresa, de nuestra propia marca, es necesario desarrollar la sensibilidad frente al entorno para el tratamiento de los riesgos conocidos y el análisis de los latentes, focales y emergentes. De igual forma, plantea la realidad de la red de contactos, como el circuito moderador y potenciador que descubre como “la savia alimenta al árbol” y traza la ruta política de conversaciones claves para actuar en consecuencia y reformar el mundo conocido.

El Editor 

Referencia
LLOPIS, J. y RICART, J. (2013) Qué hacen los buenos directivos. El reto del siglo XXI. Pearson

domingo, 10 de agosto de 2014

¿Cuanto AMOR hay en ti?



“(…) No se ama lo desconocido. Cuando se tiene esa sensación, el sentimiento no es amor, sino admiración. (…)” es una frase que recoge César Romão en su libro “Motívese: Venza sus desafíos”. Esta frase nos cuestiona sobre qué tanto nos conocemos a nosotros mismos, que en últimas, es una pregunta más profunda, ¿qué tanto nos amamos a nosotros mismos?

El ejercicio pleno de amar, como verbo activo y de acción que es, significa conocer, convivir, relevar y descubrir los secretos de la persona o de aquello que decimos amar, anota Romão en su publicación. Este ejercicio supone un viaje a nuestro interior para identificar nuestros temores, nuestras limitaciones, nuestras virtudes, nuestro potencial, en fin, la realidad clara y plena del ejercicio diario que supone vivir el ser que soy y que puedo ser.

Buscar en nuestro interior y revelar el “otro desconocido” que vive en nosotros, es enfrentarnos al reto de alinear quiénes somos en realidad; es analizar de manera concreta qué queremos, de qué somos capaces y cómo vamos a lograr aquello a lo que aspiramos. El ser humano es un misterio en sí mismo, pero es una vivencia de pleno derecho de cada uno de nosotros, si estamos dispuestos a conocernos y exigirnos para movilizarnos y alcanzar todo aquellos que queremos.

Medir cuanto una persona se ama a sí misma, es medir el nivel de autoreflexión, autoexigencia, autoconocimiento y búsqueda de realización tiene ese individuo, es decir,  señalar los momentos de oscuridad, de contradicción, de desasosiego, de confusión y de incredulidad que ha pasado y ha superado, para que la luz que vive en ella, se revele con mayor intensidad y brillo. Es una medición que requiere pasos firmes sobre terrenos inestables, inciertos e inesperados; un cálculo estratégico de un guerrero de luz, que denuncia el ego que vive en él.

Saber quiénes somos en realidad, teniendo la confianza de decirlo sin temor a pecar por exceso o defecto, es el camino firme y real de una virtud que persigue a los generosos, exigentes, sabios y exitosos en la vida. Es un encuentro real donde lo sagrado se reconcilia con lo humano, una realidad que trasciende los reconocimientos y adulaciones que el mundo nos puede dar.

Esa virtud, la humildad, nos permite salir al encuentro del ser que soy, nos permite descubrir nuestro potencial; nos hace pasar de la simple admiración, al deseo y necesidad de continuar, en pocas palabras, prepararnos para recorrer el camino de la excelencia humana, entendida como la competencia personal que vive en confrontación permanente del ser que somos y que podemos ser, como fuente insustituible para mantener coherencia y avance en nuestra vidas.

Por tanto, conocernos a nosotros mismos, exige una capacidad de auditoría constante y sistemática entorno a la capacidad individual para “aprender a aprender” y el esfuerzo personal por “desaprender” fruto de los intercambios en el diario hacer. Así las cosas, no hay amor humano más grande que aquel que es capaz de donarse así mismo, entendiendo quién es él y la misión que se la ha encomendado: dejar un legado.

El Editor

martes, 5 de agosto de 2014

Vencerse a uno mismo

Si en algo en la vida hay que volverse experto, es en vencerse a uno mismo, en vencer nuestras propias limitaciones y restricciones, en superar nuestra propia comodidad, para salir al encuentro con nuestro potencial, con nuestras capacidades latentes y con el destino superior que debemos alcanzar.
 
Vivimos intensamente cada día buscando la eficiencia y la efectividad en el trabajo, buscando oportunidades para hacer en cada momento mejor las cosas, lo que nos permite mantenernos concentrados para alcanzar aquellos objetivos que son propios de nuestra labor y soporte para la organización. En este contexto, una pregunta surge: ¿Qué estamos haciendo para lograr nuestros sueños?
 
Algunos podrían responder, mientras trabajo estoy trabajando por mi sueño, pues me permite desarrollar las habilidades que requiero y la experiencia clave para alcanzar lo que tanto he querido. Otros podrían responder, mis sueños son una cosa y el trabajo es otra y así, podríamos encontrar respuestas que de una u otra forma definen aquello por lo cual vale la pena vivir la vida, por lo cual cada día es una oportunidad y cada momento un instante de plenitud.
 
Cuando renunciamos a los sueños y nuestra rutina nos consume, la vida se empieza a marchitar, los días se destiñen, la niebla de la imposibilidad aparece; la vida pierde su sabor y el alma se arruga con mayor celeridad. Renunciar a los sueños es el camino que desaparece la esencia del proyecto de los seres humanos, la fuente de nuestra conexión divina y el diálogo permanente con la generosidad del Universo.
 
Vivir la vida para alcanzar nuestros sueños, supone tomar cada momento como fuente de conocimiento y experiencia, para apuntalar y crear el entorno donde crece nuestro destino; es liberarnos de nuestros temores y lanzarnos a enfrentar con decisión los retos que exige alcanzar eso que deseamos. La esperanza del mañana y el brillo de la fe, acompañan a todos aquellos que luchan para superarse y hacer que las cosas pasen.
 
Nadie te puede reemplazar en la construcción de tu destino, pero si puedes identificar y vincular a todos aquellos que han creído en tu sueño, para que juntos, con tu experiencia y visión, abran nuevas posibilidades y capacidades antes nunca vistas. Si crees que es posible realizarlo, todo va a conspirar a tu favor para que se materialice. Bien decía Walt Disney: “Si lo sueñas, puedes realizarlo”.
 
Así pues, muchos afirman que aquellos que se vuelven expertos en un tema particular, cultivan para sí mismos su mayor vulnerabilidad, pues entran en una zona de comodidad. Sin embargo, tener la experticia de vencerse a sí mismo, tiene la ventaja superior que la zona de confort se define como “estar fuera de zona cómoda”, lo que necesariamente mantiene la movilidad y motivación permanente que genere quiebres y retos para continuar en el camino de los sueños.
 
Por tanto, vencerse a uno mismo, es el ejercicio de disciplina personal, que superando las innecesarias comparaciones con otros, es capaz de consultar el entorno, validar sus supuestos y plantear alternativas fuera de los estándares conocidos, para enfrentar el reto de conquistar sus propias metas y repensar la vida más allá de los reconocimientos humanos.
 
El Editor