sábado, 27 de enero de 2024

¿De qué color es tu sombra?

Una pregunta que escuché de un académico hace algún tiempo revela muchas consideraciones sobre ese objeto o condición particular y cotidiano del ser humano: ¿De qué color es la sombra? La respuesta en general de los estudiantes fue “oscura”. Sin embargo el profesor insistió. “¿Qué pasa si a un objeto le proyecto luz de color amarillo, o verde, o rojo, o azul? ¿Cambiaría su respuesta?”, todos inquietos comenzaron a pensar sobre esa posibilidad y se abrió una visión mucho más amplia de la respuesta sobre el color de la sombra.

De acuerdo con las reflexiones Lauritzen (2023, p.22) existe una conexión entre los opuestos basado en la lectura de la creación del mundo en el libro sagrado de los cristianos, “Dios todo lo creó en pares: cielo y tierra, luz y oscuridad, día y noche, hombre y mujer. La creación de DIOS es dialéctica”, lo anterior establece en sí misma, una relación entre opuestos, no son contrarios en sí mismos, pero potencian acciones diferentes cuando alguno de los dos lados prevalece. En sí mismo, se advierte el concepto de balance que se requiere para el desarrollo de la misma creación.

Habrá momentos en que miremos frecuentemente al cielo para encontrar nuestro sentido trascendente, otros donde la tierra nos llama a la acción, al fundamento de la transformación de nuestra esencia humana, por lo tanto no son elementos contrarios, son escenarios distintos que son necesarios en condiciones de modo, tiempo y lugar particular que nos permiten ver el mundo de formas distintas y de diferentes tonalidades. Simplificar el sentido y dinámica del mundo, es ignorar la gama de colores y tonos que cada día se advierte en un atardecer.

Sigue la filósofa danesa Lauritzen diciendo “Dios está presente en la Creación, precisamente porque está ausente”, y su complemento diría: “Dios está ausente en la Creación, precisamente porque está presente”. Este reto conceptual que intriga e inquieta al hombre moderno que cuestiona la presencia o no de la dimensión sagrada, es otro elemento que confirma el ejercicio de transición propio de nuestra naturaleza humana limitada, de asumir nuestro papel y descubrir que somos seres contingentes y temporales, donde corremos el riesgo que todos nuestros logros y conquistas se conviertan en puntos ciegos y limitaciones para desarrollar nuestras capacidades.

La pregunta inicial sobre la sombra nos interroga al menos en dos sentidos. Uno de contexto y otro de explicación. Por un lado, ubica al que pregunta en un escenario que desafía posibles respuestas y abre la posibilidad de pensar distinto, y romper con la inercia de nuestro saber previo, y por otro, al que responde, que busca entender y explorar respuestas que elaboren nuevo conocimiento, indistintamente el saber inicial de aquel que pregunta. Esta dialéctica vuelve a ubicar al ser humano como el centro de sus propios avances y posibilidades. Más allá de calificar las respuestas o preguntas, es la moción de la curiosidad humana y la necesidad de descubrir, lo que permite encontrar puntos de transición y conexión que nos lleven a un ciclo de aprendizaje ascendente, donde el reto es transformarnos en otros distintos, sin perder la referencia trascendente.

Si el color de la sombra depende de la luz que la ilumina, podemos tener diferentes tipos de sombras, algunas de ellas positivas como aquel árbol que se siembra en un punto en el tiempo y termina brindando reposo y descanso a otros en el futuro. La carga emocional del concepto de sombra, debe ser reemplazada por el ejercicio de balance y transición que todos los seres humanos deben mantener en conexión con la creación. Un reto de recomponer nuestra vida dejándonos interrogar día a día por la chispa divina que ha sido plantada en cada uno de nosotros.

El Editor

Referencia

Lauritzen, P. (2023). Questions. Baltimore, MD. USA: John Hopkins University Press.


martes, 23 de enero de 2024

Polvo de estrellas: Sencillez y complejidad

La sencillez y la complejidad no son dos lados de la misma moneda, son la misma moneda pues no dependen de la definición en sí misma, sino de su materialización en la persona. La sencillez está en la capacidad de explicar y detallar un objeto que es de nuestro interés, mientras la complejidad está en la capacidad de indicar y distinguir, lo que significa conocer y aprender de aquello que podemos señalar. Muchas veces no sabemos cómo explicar algo, lo que implica que no tenemos las distinciones necesarias para darle forma a nuestro pensamiento y enlazarlo con nuestro saber previo.

Otras veces, sabemos explicar un concepto sin embargo los detalles que se ofrecen terminan confundiendo a los oyentes, pues ignoramos las distinciones que las personas tienen, propias de su contexto y dinámica particular. Luego, no es la sencillez per se la que se requiere para dar cuenta de los retos del mundo, sino las capacidades de indicar y distinguir que le permiten al ser humano “ver aquello” temporalmente oculto a sus ojos y posiblemente parcialmente conocido por su intelecto.

Al enfrentar las realidades del mundo actual es preciso identificar aquellos elementos que son relevantes y luego distinguirlos de tal forma que podamos comenzar a explicarlos y detallarlos, un proceso de construcción de conocimiento y reto de nuestros saberes previos que pasa por el escenario del “no saber”, para luego avanzar hacia el “entender”, pues llegar al “aprender”, implica surtir un proceso de conexión interior, que transita por una apropiación personal que le da sentido al interés y curiosidad de cada ser humano.

Así las cosas, así como la ausencia de evidencia, no es evidencia de ausencia, lo sencillo no implica, lo complejo, ni viceversa. Es un proceso donde las observaciones permanentes de nuestra curiosidad e interés nos llevan para retar aquello que conocemos hasta el momento y lanzarnos a explorar los límites que tenemos establecidos en nuestra mente. Desafiar el saber previo que tenemos permite expandir las posibilidades y abrir nuevas oportunidades, revelar un mundo de opciones que permanece siempre disponible para aquellos que se arriesgan a salir de su “zona cómoda”.

La sencillez es una tarea que requiere profundizar y revisar en detalle aquello que nuestra curiosidad nos sugiere, es un empeño por explorar y conocer eso que nos permite “entender” mejor el mundo y nos ilustra aquello que posiblemente necesitamos saber para habilitar nuevas condiciones y capacidades. De igual forma, la complejidad es avanzar en incorporar distinciones que nos permitan “ver” más allá de eso que nuestra visión nos puede revelar, es un ejercicio para sumergirnos en la dinámica de los objetos y desde allí explicar aquello que es de nuestro interés.

Como podemos observar tanto sencillez como complejidad son la misma moneda, no son contrarios ni contradictores, son palabras, conceptos que nos habilitan para entrar y descubrir nuevas fronteras del mundo conocido, que nos llevan de una mirada interior que reconoce su pequeñez y “no saber”, a un camino de exploración y descubrimiento que potencia nuestra capacidad de asombro, una mirada humilde y de aprendizaje permanente que nos recuerda que somos vasijas de barro llenas del infinito: polvo de estrellas siempre en movimiento.

El Editor.

sábado, 13 de enero de 2024

El valor de un nuevo año

Cuando inicia un año se tienen expectativas, sueños y anhelos, los cuales establecen el punto de partida para enmarcar el plan de trabajo que nos llevará tomar las acciones necesarias para alcanzar lo que queremos. Es claro que durante el camino el plan va a tener variaciones, algunas que podrán disminuir el alcance de lo que queremos, otras ampliarlo, otras ajustar las prioridades o incluir alguna oportunidad que se presente que pueda ser de interés que pueda apalancar los planes iniciales.

Avanzar en el desarrollo de un año implica lanzarnos a conquistar el incierto y enfrentar los retos que implica salirnos de la zona cómoda, de abandonar las certezas y los logros del año anterior, para mirar al frente y abrir el camino de las oportunidades y de las nuevas competencias y capacidades que vamos a adquirir, para transformarnos en otros distintos. Es un ejercicio que persigue la transformación personal que invita a una renovación de aquello que hemos aprendido y abrazar aquello que desafía nuestras propias creencias.

El camino que se recorre durante un año se advierte algunas veces claro, otras veces borroso, otras inesperado, pero al fin al cabo es el camino que construimos con sus aciertos y los aprendizajes que se tienen al trazarlo y recorrerlo. Es importante que si bien podemos llevar un mapa (basado en lo que conocemos) el territorio sigue siendo un espacio de momentos inesperados e inestables, que deberemos sortear tratando de descubrir lo que viene delante de la curva, para lo cual tendremos que habituarnos a ejercitar la prospectiva, capacidad que nos debe hacer sensible al entorno y sus diferentes señales.

Durante el recorrido el paisaje que se revela tendrá claros-oscuros, momentos para contemplar y reconfortar el espíritu, y otros, para demostrar nuestro nivel de preparación y compromiso con nuestros deseos, sueños y anhelos, donde se nos exigirá dar un paso adelante para avanzar en el siguiente nivel, ese que hemos decidido alcanzar y para lo cual debemos pagar el precio que se exige, que no es otra cosa que declarar que no sabemos, que estamos dispuestos a aprender/desaprender y por lo tanto, estaremos atentos a recibir las indicaciones de la maestra la incertidumbre, que nos llevará por caminos que antes no hemos recorrido.

Este viaje si bien estará cargado de metas volantes alcanzadas y momentos de gozo, no deberá distraernos de los objetivos trazados, para lo cual es necesario mantener la vista en aquello que no se ve, esa mirada interior y la promesa divina, que debemos reclamar cada día: “Buscad y hallareis, pedid y se os dará, llamad y se os abrirá, pero pedid con fe”. Cuando conectamos lo transcendente con lo contingente, sabemos que somos peregrinos en tierras extranjeras, debemos armarnos de fe, esa certeza de alcanzar lo que se espera, que es el combustible natural que nos debe nutrir para levantarnos cada día para hacer que las cosas pasen.

Recuerde que un año, es tiempo, el recurso más valioso que tenemos en la vida que conforme avanza se desvanece y no regresa (bueno aún no tenemos máquina del tiempo), pues bien dicen que no hay día que no se llegue, ni plazo que no se venza. Por tanto, tenemos 52 semanas para darle forma a nuestros sueños y superar nuestros propios temores y retos,  tenemos 366 días para hacer la diferencia en todo lo que hagamos, 8764 horas para transformar el presente y abrirle espacio a diferentes futuros, y 525600 minutos para orar, descubrir y profundizar en la vocación que tenemos, de la mano con la visión transcendente que tengas de la divinidad, pues allí encontrarás siempre luz, fuerza y valor para superarte a ti mismo.

El Editor.